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"Eregir"


Solía ser una tarde normal, con un breve memorial. Hace 32 años ocurrió y no podemos recordarlo con dolor y no podemos olvidarlo así de fácil.

La naturaleza no es cruel, ella cumple su ciclo y sus actividades como cada uno de nosotros, sus hijos. Como madre, nos da lecciones de vida. Esta vez, su castigo fue como un mazo sobre el cincel de los corazones de miles de personas que junto con la tierra se cimbró.

Un minuto y la vida cambia. Un segundo hace la diferencia. Tiempo banal, no regalas nada a nuestra extirpe.

¿Pueden escuchar? El mazo golpea el cincel, una y otra vez; el pico se hunde sobre la tierra de concreto, maciza roca fundida de elementos pétreos, no te mueves tan simple cuando un mortal te toca, más cuando la naturaleza evoca, sueltas tus ataduras y bailas al ritmo que ella toca. Y a nosotros nos toca correr, petrificarnos, rezar, sollozar, gritar, recordar o llorar. Efímera madre tenemos, más esa nos concibió y nos ha dado hogar.

Golpe tras golpe, arriba o abajo, todos podemos elegir que ser, más nunca donde nacer. Elegimos un destino, un desayuno, una comida, una cena; o tal vez ninguna o solo una. Elegimos un trabajo o ninguno. Elegimos compañía o ninguna. Elegimos hijos o sin ellos. Elegimos construir, no demoler. “Eregimos”, un nuevo destino.

No elegimos vivir, solo nacemos. Tampoco elegimos morir, solo pasamos.

32 años. El tiempo se fue, más recuerdos vuelven. Nuevas generaciones ahora con temor transitan calles caídas, con lágrimas en sus ojos y el temor en vilo que en sus corazones allanado entró como una grieta hasta su mente.

Año 0. Cuenta regresiva. No existe marcha atrás.

¿Escuchan los golpes?

Ellos llegaron de distintas partes, mano a mano, hombro a hombro, cuerpo a cuerpo; cadenas de seres sin nombre e identidad, nacidos del bronce, hijos del sol y de la luna, de ancestros guerreros. Hoy no me vengan a decir que existen diferencias sociales, culturales, políticas o religiosas. Somos uno. Sí, no dije fuimos, somos uno; la tierra que antiguos hallaron, bautizada con el águila devorando la serpiente, porque así lo marca la historia y lo siguen contando igual, sin importar que los españoles vinieron a derruir un bello imperio, hubo quienes siempre alzaron el puño al cielo en busca de vida.

El puño al cielo y el silencio se hace.

¿Los escuchas? Están ahí.

Golpe a golpe, el silencio se marca por el eco de millones respondiendo. Los auxilios no bastan para lo que fuera trabajan incesantemente.

Golpe a golpe, abajo, arriba, dentro, fuera. Latidos al unísono. Siempre hay respuesta. Grandes edificios vieron la luz con los mismos golpes, grandes edificios se derrumban con los mismos golpes y vuelven a erigirse con los mismos golpes.

Ironía vital del mundo, manos que construyen, manos que destruyen, manos que erigen. Más el sentimiento no es el mismo, de la alegría pasa a la tristeza, esa misma que inunda a quienes hoy, en habitaciones improvisadas, implora por su patrimonio, “rescatando” pedazos de vida.

El hombre se construye a golpes, algunas veces leves, y en otras, hacen que tengamos que levantarnos del suelo con dolores que duran días.

Más la sociedad, la nuestra, se construye a base de sacudidas.

¿Qué ya olvidamos?

Déjenselo a los viejos, a quienes por interés propio no miraron al desvencijado, a quien lo tiene todo fuera de esta bella tierra azteca, a quienes ya han silenciado sus almas tiempo atrás, a quien mira y no quiere creer, al joven que nada teme por sentirse seguro bajo las faldas de su madre o al hombre que no cree en cambio alguno.

Existen corazones agrietados, mentes desquebrajadas, cuerpos cansados y almas destrozadas. Y no hablo solo por quienes en carne propia hoy mantienen la dura tarea de seguir viviendo, sino por todos a quienes pudimos verlo de cerca.

La tierra se movió y todos lo sentimos. El mundo se derrumbó y todos nos unimos. Dicen los viejos y los iletrados, que muchos estamos condenados a repetir la misma historia. Aguardo en silencio y exijo, no justicia porque la tierra no es culpable, ni la sociedad; exijo que no olvidemos nuestras manos unidas y el corazón tan grande que movió escombros, miles que donaron esperanzas y a la fecha lo hacen.

Año 0. No existen una cuenta, mañana podría suceder.

¿Escuchas el sonido?

Son los golpes del mazo, del pico y el martillo. Estamos aquí, siempre hemos estado aquí.

Año 0. No existe cuenta. Iniciemos algo nuevo.


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