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La dama del poncho rojo


“Diré que vienes de allá, de un mundo raro…”

La cantina alegre de tristes almas rebosante, atascada de llantos y de vasos vacíos. Era un día más, donde el alcohol corre de la botella y de vaso en bazo. Hombres todos, envalentonados por el nivel crítico del alcohol; más crudos como un mísero caldo de gallina. Siempre buscando el calor de una mujer o de una birria para curar las penas.

A la puerta, la sombra acompañada de una figura fuerte, nada tersa. Las miradas hacia la puerta. Aquella figura se dirige a una mesa en la esquina, buscando que nadie la moleste. Su enorme poncho rojo le acompaña en cada paso y hasta parece que el viento se mueve junto con él. Arrastra la vieja silla de madera, se acomoda y sube los pies cubiertos con botas de cuero café hasta que hallan descanso sobre la mesa.

El silencio invade la cantina. Se acerca el envalentonado cantinero hasta la mesa de la esquina, para así correr a la endeble figura que ha traspasado su dominio. Antes de que llegara al frente, un chasquido se escuchó debajo del poncho rojo, luego un pequeño estruendo y la figura aquella levantando la mano hasta señalar la frente del cantinero y apuntando, una oscura pero reluciente pistola.

-¡Ah que la chingada pues! ¡No ande sacando esas cosas aquí que estamos todos tranquilos!

Una voz aguardentosa, proveniente de un “mundo raro”; de un lugar desconocido, salió de la gutural existencia de la figura aquella.

-Me traes un tequila bien fuerte que voy llegando cabrón.

-¿Y por qué la pistola?

-Por si se ofrece.

El arma tronó de nuevo como la ahora frágil figura del cantinero que fue a dar hasta su barra y más pronto que perezoso, le llevó a la figura del poncho rojo su bebida.

-Déjame la botella cabroncito.

El cantinero así lo hizo.

Las conversaciones continuaron. Pobre del que volteara a ver aquella figura. El vaso con tequila en una mano, la pistola en el otro.

Llegó una mujer a sentarse a su lado.

-Siéntate, dime ¿pa qué soy buena?

La mujer le ofreció sus caricias y su amor. Una mano enjuta tomó la de la ahora asustada niña y la llevó hasta un pecho rebosante de…

-Ponme la mano aquí… Ponme la mano aquí…

La muchacha se asustó y salió de la esquina donde la figura del poncho rojo aún continuaba bebiendo su tequila. La pistola, así como la advertencia, ya la había guardado.

Un valiente sobrio fue hasta donde ella.

-¿Co… Cómo se… cómo se siente?

-¿Pues cómo crees?

Y empezó a reírse alocada y fuertemente. Largaba cada sonido como si fuese el último. La sombra terminó y al ir hacia la luz, dejó ver la figura de una mujer; pero no cualquier mujer.

-¡Me siento más viva que nunca! ¡Porque yo trasciendo! ¡Yo no me muero!

Y la carcajada continuó invadiendo la cantina de aquel mundo abismal.

Llegó el ocaso de cada uno, más la mujer del poncho rojo, sentada aun en la esquina de aquella cantina, sosteniendo la botella de tequila, cantaba una canción para arrullar su sentir:

“Tápame con tu reboso… Llorona… Qué me muero de frío…”


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