Un viaje más.

El sonido del espacio, cortado por el enorme tren subterráneo, es un sonido en ocasiones poco perceptible para quien viaja diariamente dentro de un vagón. No para ella. Lo escucha siempre que puede. Se entristece al saber que el silencioso espacio es mutilado cada dos o tres minutos al pasar un nuevo convoy. Arremete con fuerza, golpea y el espacio se cimbra; justo como su mente.

Dentro, la lucha es la misma. Trajes oscuros y rostros grises, con tintes de rojo furia que se agolpan para ingresar a la bestia metálica adornada con luces y sonidos. Ella quiere callar el ruido. De momento le es imposible.

Un libro, dos o tres a lo mucho. Cientos atienden las llamadas. Pocos conversan. Susurros de una música proveniente de pequeños dispositivos. Máquinas dominan al hombre, lo transportan a sus destinos en más de un viaje. Ella ya no quiere seguir viajando.

Está cerca de su estación de descenso. Pide permiso a un hombre viejo de rostro rojo que la deje pasar y la empuja a un costado derecho, donde tropieza con un ser blanquizco en todo su esplendor. Le mira maravillada por su aspecto, diferente al resto. El convoy se agolpa, frena de pronto. Un seco golpe fuera y todo se vuelve oscuro. Gritos desde dentro, que nadie quiere escuchar.

Al fin, puede descender después de aquella trifulca. El sol está a punto de salir, pero ella siente mucho frío. Personal de limpieza, junto con directivos, analizan la situación. Huellas rojas en el suelo. No saben si van o vienen, pero aparecen siempre. Ella podría decirles que van y vienen.

Aquí viene el primer tren del día, lo aborda como siempre… Eternamente. Va y viene, dejando huellas en el mundo real. Nadie la conoce ni recuerda, olvidaron el sonido que produjo el cuerpo al chocar contra las ruedas del tren y la fricción de las vías. Ella lo recuerda con dolor y solloza…

Verá por siempre los mismos rostros grises trajeados de negro. En ocasiones al hombre blanco. Pero el viaje, durará por siempre.