La invitación

Todos estaban invitados. Cada una de las misivas, enviadas con antelación por el propietario de una enorme mansión, habían llegado a su destino con tiempo y forma para un evento muy importante.
Aquel hombre, lleno en su totalidad de fortunas bien acumuladas, ofrecería un evento excelente y lleno de grandes personalidades: la mayoría de sus invitados. Se cuidó cada detalle sobre la celebración dentro del enorme recinto.
Mesas grandes y la suficiente cantidad de sillas, arreglos de flores por todos lados, la piscina y el patio trasero muy bien arreglados. Las habitaciones, en esta ocasión, estarían cerradas, el evento de llevaría a cabo en el salón principal y la recepción; así como en la parte de atrás. Los lugares de estacionamiento limpios y con orden para recibir a una buena cantidad de personas. El propietario cuidó cada detalle, justo como su dinero y sus amigos. Una persona de bien, la cual trabajó la mayor parte del tiempo para obtener las satisfacciones ahora dispuestas y, a fin de cuentas, poder ofrecer semejante festividad.
Era el día. Las personas contratadas para esta finalidad se encontraban en cada una de sus posiciones. El hombre esperó la llegada de sus invitados.
Llegó la noche y cayó al fin el sol. La soledad de aquella enorme mansión, al igual que el silencio que la inundó, excepto por el paso de los recepcionistas, cocineros, ayudantes, jardineros y demás trabajadores, se hizo presente. Al salir el sol, ellos también abandonaron el recinto.
El propietario y millonario hombre, se quedó esperando su fiesta final. Única compañía, el servicio funerario; hombres de gris sin nombre o rostro en su vida, quienes ahora sellaban el ataúd, directo hacia la carroza fúnebre. Un último paseo, por un desconocido. Ni siquiera su chofer personal estuvo presente. Al llegar al cementerio, más desconocidos lo transportaron hacia su nueva y eterna mansión. El enorme mausoleo, sólo para que lo habitara por la eternidad.