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Cazador a domicilio.


Permití por un largo tiempo y presenté ante el mundo un perfil lo suficientemente bajo para nunca ser detectado. Últimamente, estas cosas de ser un hijo de la noche ya no es ser temido, menos respetado. Todos creen que puedes volar por las noches, transformarte en cualquier cantidad de animales según la circunstancia, que puedes beber sustituto de sangre, luchar contra hombres lobo por territorios humanos. Lo peor es el tema del sol, cuando creen que no mueres, sino brillas en la oscuridad. ¡Es un tremendo descaro haber dejado nuestro legado a inútiles seres humanos! Algo nos ha despertado de un tiempo para acá. No tengo cierto sentido o noción del tiempo y cuánto ha pasado desde la última vez en la que recordé mi situación. En la eternidad el tiempo no existe.

Desafortunadamente y como ya he dicho, el mundo cambió para mal para cada criatura. He tenido que verme forzado a trabajar para obtener dinero y de menos, un hogar donde pasar mi eternidad y ocultarme de la luz del sol. Si lo preguntan, yo sí puedo morir. Esta es una de las cuestiones más complejas en mi situación: seguir viviendo en la soledad absoluta, bebiendo sangre de ladrones, asesinos o violadores que rondan en la noche. Lo he hecho últimamente y algunos han considerado nombrarme héroe. Nada más alejado de la realidad, veo a los humanos como una extensa granja de alimentos, pero existe un orden.

Trabajo como guardia nocturno, en una vieja estación de trenes. El trabajo es simple y debo mantener el orden. No ocurre gran cosa y suelo tomar el primer tren de la mañana antes de que salga el sol. Para eso, suelo ocultarme ya en casa.

El pequeño fragmento de mi historia que ha pasado a sus manos, podría ser la de un vampiro común en tiempos actuales y nada fuera de la realidad. Más, mi historia tiene un tinte diferente. Comenzó una tarde, cuando el sol ya comenzaba a ocultarse tras las montañas. Había escuchado el grito tiempo atrás. Hay ocasiones en las que no duermo durante el día y disfruto de algunos libros, provistos por un humano esclavo a quien envío por provisiones culturales (por si creían que realizaba algún tipo de despensa), debido a que es uno de los pocos gustos que aún quedan para un vampiro, retirando la basura proveniente de la caja idiota y de las cajas idiotas personales. Escuché el aterrador grito una tarde, como les decía, mientras leía a Lovecraft:

“¡Ajos! ¡Baratos los ajos! ¡De a diez los ajos! ¡Para el ama de casa los ajos!”.

¿Ama de casa? ¿Ajos? Será para el “Ama de caza” que tiene un vecino extraño que sale por las noches y tras leer todo remedio para deshacerse de él, ha encontrado que el ajo es su debilidad. El maldito continuaba con su grito.

¿Quién vende ajos a domicilio?

No, sé que sabe algo y sabe que estoy aquí. Sabe que estamos aquí y hemos regresado, mezclándonos entre su especie para así, reclamar lo que es nuestro a su debido tiempo. Lo sabía y no era la primera vez que escuchaba su maligno grito. Pasaban los días y aquel ser maligno pregonaba su grito a toda la calle.

Nadie salía a recibirlo a su puerta para adquirir una bandeja con aquel sólido mortal. Era ridículo tan solo pensarlo. He intentado no pensar en ello, pero he observado cada uno de sus movimientos detrás de un velo oscuro que he puesto en la ventana en los días cuando los rayos del sol penetran la ventana.

Es listo el incrédulo, grita cuando el sol en su apogeo se encuentra, para que no le reconozca el rostro y por la noche, cazarlo y terminar así con mi agonía. ¡Maldito humano de la estirpe Van Helsing!

Me he propuesto arreglar muy bien la ventana para que el sol no entre a la habitación que da a la calle y en ese momento, cuando el vendedor pase, lo observe y pueda conocer el rostro de mi enemigo. Sabe que aquí vivo y aquí estoy, dentro, oculto. Sé que mira esta casa más tiempo que a las demás. Cualquier descuido podría llevarme a la muerte si dejo al hombre pasearse libremente por toda la maldita calle en pleno día. Urdir un plan me era necesario.

Mandé a mi asistente personal a la adquisición de una película para el ventanal, hallar el más oscuro debería. Así lo hizo tras cinco veces de explicarle lo que necesitaba. Es una pena no hallar todavía una forma de hacer asistentes más inteligentes tras beber su sangre. Hay hombres que terminan siendo más estúpidos y he tenido que bebérmelos por completos ante muchos enojos. Con este traté, pero los resultados no fueron exitosos.

Volviendo al tema y después de mil intentos, al fin conseguí una película oscura que coloqué en una noche de descanso que obtuve por mi buen trabajo. ¡Un humano proporcionándome permisos! Bueno, de momento no nos queda más que ocultarnos hasta que llegue la hora. Utilicé también tela aterciopelada para unas nuevas cortinas y un poco de organza debajo de las mismas para poder visualizarlo sin problema alguno.

Como el depredador que soy, me oculté entre las cortinas y solo mis ojos observaban atentamente el pasar de los minutos hasta que escuché otra vez su grito:

“¡Ajos! ¡Baratos los ajos! ¡De a diez los ajos! ¡Para el ama de casa los ajos!”.

Un hombre de estatura promedio y delgado; piel morena. Usaba un pantalón sastre, zapatos algo viejos y gastados y una camisa blanca. En su cabeza una gorra de color azul con la cual se cubría la nuca. Sus ojos negros tristes, o eso aparentaba, y un prominente bigote oscuro con algunos tintes canosos. El rostro ya era de lo que suelen llamar, un hombre mayor o cercano a la tercera edad. Un humano en sus últimos días de plenitud adulta, para pasar a la etapa donde desciende los peldaños a la tumba.

Pero el maligno Van Helsing era igual de viejo y nos cazó con toda premura.

Necesitaba un buen plan y lo hablé con mi pobre e inútil asistente. Tras horas de explicaciones, decidí beberme lo que le restaba de sangre, ya que me era inútil para los propósitos. Hallaría otro a la noche siguiente. Oculté su cadáver en un baúl que tiraría por la noche en el río. Ahora, como ven, ya no soy un héroe, no salvo a los humanos de los asesinos o violadores, también consumo sangre de humanos buenos. Aunque eso de la maldad y la bondad en ellos, ya no tiene un límite de comparación. Sus cabezas son un mundo, suelen decir. Para mí, se hayan aun vacías; uno como ser eterno, tiene todo por delante para cultivar la mente, aunque esta, ya no tenga recuerdos muchos de su vida humana.

Al regresar de arrojar a mi último asistente al rio, comencé un plan que sabía no iba a fallar. Al maldito nadie le compraba sus ajos, así que le abriría la puerta de mi hogar con todo cuidado, sin acercarme mucho a él; debía oler a su vendimia y debería estar protegido si es que me ha visto también. Una vez que esto ocurra, cerraré de golpe la puerta y lo tendré en la plena oscuridad, donde pienso asesinarlo. No voy a beber su sangre, debe estar contaminado de lo mismo que vende. Estos humanos piensan en todo y creen que uno es imbécil. Yo no, no moriré el día que pretenda hacerlo. Lo cortaré con la espada de mis ancestros, la cual hoy permanece colgada en la pared de mi habitación. Voy a afilarla y darle la muerte de tiempo atrás, como la de un traidor a la estirpe.

He estado observándolo y ahora su táctica ha cambiado. Ya no solo grita, ahora toca en tres ocasiones la puerta. La gente lo observa de la ventana y con sus manos, le niega la compra. He decidido conocerlo.

Una tarde lluviosa, cuando el rayo del sol no es tan fuerte, he abierto una de las ventanas y cuando ha llegado hasta mi puerta le he gritado para que se asome y tengamos un encuentro de miradas entre víctima y cazador.

Le negué la compra tras observarnos al menos dos minutos, tiempo que se me hizo eterno. He de concluir que el hombre no presenta alguna urdimbre en su plan ni en la mínima arruga de su piel o en lo más profundo de sus ojos. Veo solo tristeza y un hombre que vende ajos. ¡No va a engañarme tan fácilmente!

El papel de víctima y cazador queda en el aire con ese encuentro. Y decidí llevar a cabo mi plan el día de hoy, cuando he comenzado a relatarles esta historia. De no salir victorioso, bueno… Debo redactarlo preciso, pero preciso también me es partir.

Ahí estaba, tocando las puertas y gritando. Dejé la puerta entreabierta y me transformé en un murciélago, para así, posicionarme encima de la puerta; al verle entrar, cerraría la misma. Así sucedió. Cuando tocó la puerta, se abrió, dejando entrar poca luz y dentro, las fauces oscuras de mi hogar cayeron sobre el hombre.

“Pase por favor. Estoy en la sala”, le dije.

Entró. Su corazón latía con total fuerza. Llevaba en sus manos los malditos círculos mortales, hirviendo en veneno y aroma. Podía olerlos y el estómago se revolvía. Estaba nervioso. Nada de esto había sucedido anteriormente. Siempre el hombre ha relatado el encuentro con el ser oscuro. Hoy, relato el encuentro con un humano.

Volé por encima de él y con ese impulso, dejé que la puerta se cerrara de golpe. Sin luz, el hombre anduvo a través de un breve pasillo hasta llegar a la sala. Volé por una pequeña rendija para ubicarme en la sala y con un movimiento rápido tomar la espada y cortar su cabeza.

Bastó un tajo. El cuerpo se desplomó y aquellas esferas candentes y venenosas rodaron por el suelo. Salí de la habitación y me posicione en el techo del pasillo contiguo. Había sido muy fácil. Al fin me libré de mi perseguidor y estaba muy contento con ello. El problema era sacarlo antes de que el hedor comenzara a llegar desde su putrefacto cuerpo al paso del tiempo.

“¡Padre! ¡Padre! ¡¿Dónde estás?!”

¡No estaba solo! Venía con una horda o con su hija. Estaba en problemas. Debía realizar la misma operación para hacerme con una segunda víctima. Tal vez ella era quien estuviese infectada con ajo o traía fuego y una estaca. O peor aún, esas malditas luces luma que se venden al por mayor en muchas partes. Tenía temor. Tal vez era momento de morir. No podía pensar en ello, pero el sentimiento atravesó mi cabeza más de una vez.

La chica comenzó nuevamente a tocar cada una de las puertas. Repetí los pasos. La chica al tocar la puerta, se entreabrió.

“Pasa, por favor”, le dije.

“Busco a mi padres señor. ¿Le ha visto?”.

“Pasa. Te ofrezco agua para que continúes con su búsqueda. El calor debe ser mortal”, sonreí un poco ante mi aseveración.

Entró y cerré la puerta. Un leve grito salió del cuerpo de la chica. Ella era linda, como en los cuentos donde el vampiro suele hallar una chica y la convierte para que estén juntos por la eternidad. Pasó a través del pasillo y se tropezó con el gordo cuerpo de su padre. Lanzó un grito de horror al comenzar a palpar el suelo y hallar el cuerpo decapitado y los ajos por el suelo. ¡Maldición que ha dejado un desastre en la habitación!

Intenté golpearla con la espada, pero se movió. Volvió a la puerta a tientas y halló la salida. Comenzó a gritar y los vecinos han salido a ver lo que sucede.

Escribo muy rápido estas notas porque ha salido mejor el plan de mi perseguidor, ahora fallecido. El humano resultó tener otro plan en caso de morir: traer a su hija y ella, en su juventud, belleza e inteligencia, saldría avante con mis movimientos y así, pedir ayuda. Una turba está a punto de llegar a buscarme y no podré con todos. Suenan las sirenas que van entrando a la calle. Los vecinos se han agolpado fuera de mi hogar. No entran, me temen. Aun con esto, no saldré en su búsqueda. Me siento atrapado, el sol no cesa a pesar de que el tiempo ha pasado. Me transformaré en una simple sombra, para cuando sea el momento, salir de aquí y no volver a este sitio, buscaré algún lugar abandonado y postrarme. Dejaré cosas atrás, pero debo seguir viviendo. Si están leyendo esta nota, alguien la recuperó y sólo me queda decirles una cosa:

“Estamos muy cerca humanos, hemos vuelto, más allá de sus cuentos y sus peores pesadillas. Estamos aquí y nos han visto. Ahora, no hay marcha atrás. Con nosotros no podrán…”. Atte. La sombra de su vecino


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