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Profundo Azul, como el Mal"


Los sonidos eran espaciados. Uno a uno y sin agolparse, pregonaban la tranquilidad con la cual el cuerpo suele descansar en la habitación de un hospital. El ritmo de la calma tras la ascendente gama de sonidos perpetrando el inmerso canal de nervios de los escuchas. Sonidos que argumentan sufrimiento, dolor y pena. Pero todo había terminado. Digamos bien, aunque no del todo.

Jacob se hallaba sentado en la sala de espera, completamente solo, sosteniendo a su extraña hija de piel blanca y ojos color azul; nada parecida a sus padres actuales. Escondía ese secreto, que en las sombras y la profundidad podría hallarse. Sufriendo aquel hombre, mientras la pequeña no dejaba de llorar, hasta que una enfermera por fin pudo calmarla; acerca de su actual relación con su mujer Soledad. Tendida sobre una cama de hospital, tras el enorme esfuerzo que se produjo tras tener a la pequeña. La poca familia de Soledad, exceptuando a los padres de la misma, se dieron cita en el lugar, no sin antes preguntarse lo sucedido y el por qué la chica había sufrido tanto durante el parto.

Los médicos la analizaban. La familia observaba a Jacob con desdén. Preguntaron todos a los médicos si no existía equivocación con respecto a la niña.

“No señores, ella fue la única en nacer hace dos días. No hubo otros pequeños en la zona de cuneros, ni tampoco en las incubadoras”, respondía cada médico del hospital. Hasta las recepcionistas y personal de limpieza. No había duda alguna.

Prefirieron iniciar una prueba de ADN, cosa que tardaría mucho en realizarse y, debido al estado en que Soledad se encontraba, no era la mejor opción.

Perdió mucha sangre, casi moría. Jacob solo podía mirar a través de las empañadas puertas, parado, sentado, acostado en la sala de espera; sosteniendo a una niña que con tan solo acercársela, rompía en llanto. Comenzaba a desesperarse. Pasaron así, dos semanas, en las que Jacob tuvo que estar en su empleo y por la tarde visitando a Soledad. La niña se había quedado en el hospital por órdenes médicos y cuidados intensivos. Con todo esto, Jacob no podía acercarse a la pequeña, debido a los traumas ya relatados.

“Es extraño. No son sus padres. ¿Qué ocurrió aquí? Una pequeña nunca llora por tanto tiempo. Hay malas vibras en usted”.

Palabrerías pronunciadas a sus espaldas que se guardaban en las paredes del hospital y que al llegar, podía escuchar cada susurro abandonado en ellas, hasta en la más pequeña comisura, escuchaba los susurros negativos hacia su persona.

Al fin, tras casi un mes de ir y venir, de ver a Soledad en cama todo el tiempo, llegaron los médicos a comentarle el diagnóstico final de la situación. Eran cuatro personas en total, médicos que, según escuchó, los mejores dentro de la Institución.

Al entrar y ver sus rostros, Jacob auguraba lo peor.

-Señor…

-Sólo dígame que va a dejar de sufrir y que, podemos irnos pronto mi hija y yo. Perdón, nuestras hijas…

El hombre sollozaba debido a la pena.

-Mire señor, esto es más complicado de lo que usted cree. Ni siquiera nosotros podemos dar crédito a lo que está sucediendo con su esposa -, decía uno de los médicos.

El más cuerdo y valiente de los cuatro, un hombre de edad mayor y, por lo tanto de un tanto más de experiencia, dio un paso al frente y tocó el hombro de Jacob.

-¿Puedo sentarme?

Jacob se hizo a un lado, para darle espacio al médico.

-La situación está así. Su esposa vivirá. Podrá llevar una vida, regular.

-¿Qué quiere decir con regular?

-Hemos intentado, durante este mes, buscar una explicación y una forma de comunicarle a usted lo que sucede. Ella aun no lo sabe, es por ello que requerimos de alguien que mantenga una cordura y comprensión para que juntos comuniquemos esto a su esposa señor…

-¡Dígame que debo hacer, porque estoy volviéndome loco, maldita sea!

De un sobresalto, miró a los cuatro médicos, buscando un consuelo, ayuda, soluciones. Halló rostros igual de preocupados que el de él.

-Siéntese por favor y guarde silencio, estamos en un nosocomio.

Volvió a tomar asiento.

-Lo que sucede aquí es que, al nacer la niña, ella misma es como si hubiese dañado la matriz de su esposa; esto implicaría, que quede estéril de por vida. La pequeña será su primer y única hija. Hemos intentado buscar un por qué de lo sucedido, pero de momento la medicina no es tan avanzada para obtener un acercamiento, ya no digamos una conclusión.

Jacob suspiró. Pensó que era algo no tan grave.

-Eso no es todo -, continuó el médico.

-Dígame que nos espera entonces…

-Pues, es lo que intentamos buscarle una segunda opinión. Su esposa tras el parto ha quedado muy dañada. Perdió una parte de estómago y el vientre, aparte de que tiene daños en la matriz, también presenta daños en su estructura. Esto, le acarreará a su esposa que, durante sus periodos de menstruación sean incalculables, con pérdidas de sangre considerables, muchos dolores y… Eso es todo lo que hasta ahora hemos podido determinar. -¿Es… lo que… han… podido… determinar?

-De momento. Va a tener que dejarla para que se encuentre en observación.

-¿Con una operación no existe una forma de mejorar?

-¿Díganos que operaría usted? -, le espetó otro médico, un tanto más cansado que otros, tal vez, la persona con quien se tuvo mayor contacto para las investigaciones y quien, fue la persona encargada de solicitar ayuda para este terrible parte médico.

-No sé. Ustedes son los expertos. Con trabajo sé de qué me están hablando. Además, pueden hacer trasplantes y cosas así. ¿O me equivoco?

-No es tan sencillo como parece señor.

-¿Entonces debo cargar la culpa y el dolor de mi mujer por su ineptitud?

Los cuatro médicos callaron. ¿Qué podían decirle? Afrontar la realidad era lo único que le quedaba. Guardo silencio, aunque, detrás de él, los muros le susurraban ampliamente.

“Debes asumir tus culpas. Debes afrontarlo. Debes cuidar a “tus hijas”, como debiste cuidarla a ella”.

Jacob se calmó un poco, aunque sus nervios estaban al punto máximo del colapso, intentando hacer callar a las voces detrás del muro, de momento en su cabeza, ya lo haría con la voz normal y real más adelante.

-Podemos brindarle apoyo algunos meses, debemos tener a su esposa aun en observación. La pequeña también debe quedarse con nosotros un tiempo más, descartando que ella haya sufrido daños.

-No creo que ella tenga algún daño, parece estar bien.

“Sabes que está bien. Porque ella está en tu hija. Lo que le quitaste está en ella. Su vida será de ella ahora”.

-¡Silencio maldita sea!

Lo gritó. Todos en el cuarto se quedaron estupefactos tras el grito de Jacob. Nadie hablaba y, sin embargo, estalló en furia. Se llevó las manos a la cabeza, buscando alguna explicación a lo sucedido.

-Señor, si gusta vaya a descansar por ahora. Pediremos el apoyo de los familiares para que su carga no sea tan grande.

Los médicos abandonaron la sala. Cumplieron con su labor como informantes. Antes de cerrar la puerta. Escuchó los susurros de los médicos.

-… ¿Dónde comemos esta tarde?

-Vamos donde siempre. Y les invito unas cervezas.

-Perfecto, por mí está bien. Hoy le dije a mi esposa que no llegaría, estoy muy estresado. Y la puerta se cerró dejando a un hombre en completo silencio y conflictuando con su ser y mente. Alguien le estaba haciendo pagar. No; no era alguien. Sabía su nombre, pero temía pronunciarlo. Sólo quería ver a Soledad o tal vez, simplemente salir corriendo ya sin importarle nada.

***

Soledad en su habitación, tras un mes de hallarse en cama, intentó descender de la misma y ponerse en pie y andar.

Recordó levemente aquel pasaje de la biblia, donde el Mesías, le pedía a su amigo Lázaro salir de la cueva donde tres días antes, había fallecido.

“¡Lazarus, sal!”, y este obedeció; envuelto en trapos y vendas, el antes cadáver andaba con normalidad. Pensó tal vez, que así se habría sentido Lázaro en los primeros instantes de andar tras revivir. Tomaba su pequeña biblia y anduvo por el hospital algunos metros. Era una mujer de fe. Pero no concebía lo que estaba sucediéndole.

Pudo ver a Jacob unos días después y entablaron una conversación acerca de sus problemas. Sollozante, tuvo que decirle sus pensamientos.

-Estamos pagando. Ella lo sabe. La sueño, la escucho. Pagamos por lo que sucedió. -Pero únicamente soy yo.

-¡Y al estar conmigo me arrastraste a tu desgracia!

Ambos callaron, no sin antes Jacob decirle lo único que destrozaría por completo todo lo que alguna vez intentaron construir.

-Debiste pensarlo antes y no haberme dejado entrar en tu vida.

Soledad calló. Y después, con algo de fuerza, le arrojó el vaso de vidrio que tenía en una mesa cercana a su cama. El vaso tronó en la cabeza de Jacob, haciendo viajar el crujido del objeto a través de todos los pasillos y a los oídos de todo el hospital.

-¡Imbécil! ¡Qué iba a saber yo que esto iba a suceder! ¡No creo en nada más allá de Dios, mi Dios! ¡Y resulta que hay una fuerza extraña y diabólica que nos perseguirá hasta el fin de los tiempos! ¡Y tú ahora te defiendes con esas palabras!

Jacob se tomó la cabeza debido al dolor y tras esto, se arrojó sobre Soledad, forcejeando ambos en busca de hacerse aún más daño. Una enfermera que pasaba por ahí, escuchó los estruendos y la lucha y gritos de ambos, así que intentó separarlos, para luego, llamar a otras personas para que le ayudaran.

-¡Eres un maldito, lárgate de mi vida!

-¡Traté de darte una y así me pagas, perra indigna!

Tres personas forcejaban. Aparecieron más personas y se llevaron a Jacob. Soledad, le escupió en el rostro antes de que se llevaran a aquel hombre, que intentó ser su marido minutos atrás. Jacob se limpió el rostro y sintió algo más que solo saliva. Era sangre. Volteó a ver a Soledad, quien comenzaba a escupir sangre y a convulsionarse. Nuevamente los sonidos recurrentes de la máquina a la que se encontraba conectada Soledad, hizo ruidos persistentes y repetitivos. Se llamó a personal de seguridad y médicos para reingresar a la sala. Antes de abandonarla, Jacob pudo observar que Soledad, bañada en sangre de las piernas, se retorcía de dolor. El médico que cerró las puertas y pidió, de forma grosera a personas que sostenían a Jacob, le miró con esos ojos tan profundamente azules al susodicho. Jacob, gritó de temor. Ella, le sonrió; mientras la puerta se cerraba fuertemente y de golpe.

***

La familia de Jacob y, parte de seguridad, arrojaron fuera del hospital al joven, como si fuese una bolsa de basura. Algunos de ellos, incluso lo patearon. Un familiar de Soledad, le espetó:

-¡Hijo de puta, si mi prima muere ya sabré donde hallarte y pediré a la correccional que te maten una vez dentro!

Gritos sobre el joven, hasta que pudo zafarse de aquel embrollo. Avanzó algunas calles. Golpeado, mancillado, traidor, acabado y destruido. No tenía ya nada más en su mente. Fue a casa e intentó calmarse. Pero rompía en llanto cada vez que buscaba una salida del problema.

“¿Por qué lloras? ¿Nunca lloraste cuando ella se fue?”.

-¡Silencio todos! ¡Silencio!

No tuvo más remedio que salir de ahí y buscar refugio algunos meses, muy lejos de su ahora triste realidad.

***

Han pasado algunos meses y al parecer, las cosas tomaron forma y no gracias a la cercanía y apoyo de Jacob.

Soledad, en el hospital, obtuvo ayuda de su familia para cuidar a las niñas. A la fecha, no han podido determinar lo que sucede en su cuerpo, pero con tratamientos y la fortaleza de sus hijas, ella ha salido adelante. El tiempo, ha hecho que se busque a Jacob, inclusive, ella ha solicitado que busquen a su familia para que, pueda apoyarla.

-En ningún momento, le busco para dañarlo. Quiero saber si se encuentra bien y salir de esta juntos-, le decía a los médicos y familiares que la visitaban.

Las noticias llegaron hasta la casa de Jacob, donde, pudieron encontrar que nadie vivía. Intentaron allanar el domicilio, a lo que un vecino les dio la noticia.

-Nadie ha venido ya a esta casa, han intentado venderla, pero no se ha tenido éxito. La señora falleció hace algunas semanas y nadie la visitó. Nosotros dimos la noticia a la policía y vinieron los forenses para llevársela. Dicen que ni la enterraron, que ellos la tienen dentro de unas cajas o algo así.

-¿De su hijo no ha sabido nada?

-Como le digo, pues nadie ha venido ni a preguntar ni por la casa, ni la venta ni nada. Pobre señora, murió sola como perro.

La tristeza embargó un tanto a los buscadores de Jacob, pero dentro de ellos, no surgió la duda de decir:

“Eso y más merece esta familia”.

Se alejaron, buscando al susodicho Jacob, durante más tiempo, sin dar con él.

Comenzaron a notificar a la policía para su búsqueda, pero nadie tenía éxito y así, el tiempo, que no perdona, seguía y seguía su marcha.

Acudieron a la oficina de correos y nada, tampoco se había reportado a trabajar. Fueron a los muelles.

“Ese imbécil no tenía ni donde caerse muerto, así que de aquí no salió”, pensaron.

Las notificaciones empezaron a llegar a oídos de todos.

“Se busca…”.

Pero nadie daba con el paradero de Jacob.

***

Un viejo marinero, cayó al mar en un día de pesca. La marea estaba muy fuerte y no podía subir nuevamente al barco. Intentó aferrarse a una enorme piedra que se alzaba por sobre el mar; aunque desafortunadamente para él, una de las rocas cortó su pierna y debido al dolor fue arrastrado. Una gota de suerte, porque algo le sostuvo la cuerda que se había amarrado a la cintura.

La tripulación de su barco, al verlo atascado en el filo de aquella piedra, comenzó a dirigir la pequeña embarcación hacia él. Aquel marinero se asió fuertemente con sus manos a una roca saliente, sin saber qué lo sostuvo. Los hombres dentro del barco, jalaron al marinero que intentaba no ahogarse con cada embate del mar furioso. Ante tal fuerza, los hombres del barco y el marinero, de un solo golpe, pudieron jalarlo nuevamente a la embarcación. Lo que lo sostenía, al fin pudieron verlo todos. Fue más horrible que los golpes del mar. Era el cadáver de un hombre, el cual no tenía uno de los ojos y el que, aun tenía, estaba completamente en estado de putrefacción. Su piel amoratada, debido a la falta de oxígeno y algo de cabello todavía. No llevaba ropa alguna, pero el cadáver se sostenía aun debido a una prominente entrada en el estómago, realizada por una de las puntiagudas salientes de la roca.

Con la braveza del mar y la fuerza por proyectar el cuerpo del marinero, el cadáver aquel se soltó y fue a la deriva, para al final, perderse entre la furia del mar azul.

Tras lo sucedido, los marineros remaron hacia tierra firme, con la idea de avisar, en cuanto tocaran tierra, a la policía sobre lo ocurrido.

***

Era una noche en la que, con su bicicleta y las ganas de salir de todo horror, que Jacob continuaba su viaje de vuelta a casa con su madre. La tarde empezaba a pintarse de púrpura por la inminete caída del sol.

“Jacob, ven”.

Ella lo estaba llamando.

“Ven aquí. Te liberaré si tú lo haces”.

Se detuvo un momento en la carretera para pensar y llevarse ambas manos a los oídos.

-No eres real. Ya estás muerta desde hace mucho. No eres real. ¡No!

Un camión pasó cerca de donde se había detenido y faltaron centímetros para ser arrollado. Aun así, no se salvó del golpe. La fuerza lo hizo caer de la bicicleta, siendo arrojado fuera del camino. La bicicleta fue arrastrada por el camión que nunca se detuvo y él, salió disparado hacia el despeñadero de rocas, arena y tierra del camino. Rodó hacia abajo. Intentó cubrirse la cabeza para no sufrir daños mayores.

Llegó hasta abajo.

-¡Imbécil, casi me matas!

Gritó y solo vio las luces del camión alejarse.

Ahí estaba el mar. En calma completa. No estaba ya lejos de su hogar. Una pequeña barca estaba encallada, la cual se movía al ritmo del viento y el mar.

“Ven por mí. Te extraño tanto. Ven y acabaré con todo. Libérame”.

-¡No eres real, no lo eres!

“Nunca me dijiste adiós. Dime adiós y te dejaré ir”.

Vio la barca. No tardaría mucho en visitar aquel lugar, si era cierto lo que aquella voz le decía, entonces la situación mejoraría.

Tomó la embarcación, la desamarró de uno de los puntales y se dirigió hacia el sitio que, no había olvidado nunca, donde enterró a Audrey.

No había voces durante el viaje, solo el sonido del viento y el mar, unidos al de la embarcación que rompía las olas con cada movimiento. Tardó un tiempo en hallar el lugar, pero algo más le decía donde era exactamente. La voz, se intensificaba cuando se acercaba.

“Estas cerca. Ya casi. Vamos, un poco más. ¿Ya me olvidaste? Es por aquí. Ven aquí. Ya. Aquí estoy. Debajo. Ven y dime adiós”.

Cerca, se había erigido una enorme roca, la cual no recordaba haberla visto años atrás. No importaba, ya que tal vez la roca si estaba y él, al enviar a Audrey a las profundidades nunca notó. En una parte de la roca, una visión asustó a Jacob.

“Hola otra vez”.

Era Audrey. Entera y con un brillo excelso, un brillo azul, como el de sus ojos. Llevaba puesto el camisón aquel con el que la entregó al profundo mar. -H… Ho… Holaa…

“Gracias por venir. No te culpo de todo lo sucedido. Como verás, ahora tu pequeña te hará recordarme. Me dieron la oportunidad de volver y pienso vivir bien. Junto a Soledad”.

-Ella no tiene la culpa de nada. ¡Déjala fuera de esto!

“Gracias a ella, ahora he vuelto. Si vieras lo extraño que es la oscuridad, pero… Te dan una oportunidad nueva si es que, has muerto de ciertas formas. La oscuridad y el silencio duraron muy poco para mi”.

-Déjame. Te voy a sacar del mar y te enterraré como se debe. Pienso entregarme a las autoridades y que se te haga justicia. Deja a Soledad y a las niñas en paz.

“Eso no sirve de nada. He vuelto a vivir en tu pequeña niña. No soy quien crees que debo ser. Ya no soy Audrey. No soy tu Azul”.

-¿Quién eres entonces? ¡Responde!

Tomó ambos remos y fue dando marcha atrás, para alejarse de aquel risco y lugar.

“No te irás. Te he traído aquí conmigo. No te irás. Tu luz se extinguirá y no volverá jamás. No sufrirás, solo no volverás jamás”.

-¡Maldita sea, ¿quién eres?! ¿Qué quieres de mí? Me iré y no volveré, voy a sacarte del fondo y voy a olvidarlo todo.

“Olvidar. Olvidaste a Audrey. Ella nunca te olvidó. Ella volvió. Tú no lo harás”.

Un pequeño empujón del mar bastó para que Jacob cayera de la embarcación, directo a un peñasco de aquella roca. Su estómago quedó clavado en el filo de la saliente y el dolor era insoportable. La sangre salía y se bañaba con el mar, fundiéndose en un color púrpura, como el que muchos marineros habían visto cada tarde y las leyendas crecieron respecto al sitio. Jacob gritó y comenzaba a quedarse si fuerzas. Intentó zafarse de la roca, pero las fuerzas le abandonaban rápidamente. La roca atravesó sus manos, dejándole heridas alrededor de ellas y dentro de ellas.

Quedó debajo, mirando el mar y la extensión de aquella enorme roca.

Muy en lo profundo, vio como la enorme sábana, que antes sostenía la roca, comenzaba abrirse como una flor. Flotando, salía el cuerpo podrido, sin ojos, de lo que antes fue Audrey. En una enorme sonrisa de la calavera de aquel cadáver, ascendió sin besar a Jacob, que expulsó el último grito de horror en vida, mientras el mar lo apagó por completo.

Una tormenta atravesó los mares y un enorme rayo junto a su estruendoso sonido, apagaron el grito de un joven que desaparecería por completo de esta vida. Y al parecer, también de la otra.

***

A Soledad le dieron la noticia semanas después. Iba y venía del hospital. Ya había pasado un año. Rompió en llanto y tuvieron que internarla nuevamente en el hospital algunos meses. Las niñas quedaron a cargo de sus padres, al recibir la noticia también de que la madre de Jacob ya había fallecido.

Quedaba aun la duda de que, tras un año, nadie había registrado a la pequeña de ojos azules y piel blanca. No tenía nombre. Era la niña, la pequeña, la niña azul. Pero no tenía aun nombre.

Por extraño que parezca; una tarde en casa de su abuela, decidió junto con su esposo, ponerle nombre a la niña y, cuando estuvieron a punto de nombrarla Soledad, la pequeña rompió en llanto y sollozos; un berrinche absoluto.

La abuela, desesperada sobre el comportamiento de la niña, le extendió un libro con varios nombres para niñas. Su hermana, asustada, se hallaba en su cuarto, mirando lo ocurrido. Fue entonces, cuando se acercó a su pequeña hermana y fue dictándole los nombres uno a uno de la lista.

Ninguno era de su interés.

-No puedes quedarte sin nombre hermanita, debes ser alguien.

Tan pequeña como es, tomó una pluma y rayó el libro con una enorme letra “A”, luego la letra “U”, le costó trabajo hacer la “D”. Y ahí terminó el asunto, porque la abuela intuía el nombre.

La pequeña no sabía escribir, contaba con apenas un año y meses y era increíble el suceso apenas ocurrido.

Los abuelos, decidieron no llevarla a registrar, decidieron que fuese la pequeña sin nombre, que secretamente llamarían entre ellos “Audrey”.

***

Los años pasaron y las pequeñas niñas crecieron. El abuelo falleció años después. La abuela y madre de Soledad, se quedó con las pequeñas. Ocasionalmente Soledad visitaba a sus hijas, debido a que continuaba en tratamiento y debía volver siempre al hospital cuando la situación empeorara.

Una madrugada, el personal del hospital tuvo que acudir a la habitación de Soledad, quien comenzó a gritar de forma desesperada tras un sueño.

-¡Mis hijas, salven a mis hijas! ¡Ella las quiere! ¡Ellas las tiene! ¡Vayan por mis hijas!

Intentaron calmarla. La sangre corría nuevamente por sus piernas y las convulsiones volvieron. Una inyección en su brazo y todo, comenzaba a apagarse. No sin antes, ver entre la multitud de médicos, los ojos azules de algo, que no parecía ser su ángel de la guarda.

-Dios te guarde Audrey. Dios te bendiga. No hagas daño a mis hijas…

“Las cuidaré bien”.

Soledad cerró los ojos, pero por dentro, la inundó el odio, la desesperación y un profundo dolor que no se puede explicar completamente. La oscuridad llegó hasta su mente y durmió tranquilamente…

***

Sofía y la pequeña niña de ojos azules, a quien nombraban “Audrey” en secreto, miraban el mar y los colores vivos de aquel atardecer. Como les conté al principio, se encontraban cerca de los linderos del mar. Poca gente había en los linderos de la playa. Miraron el horizonte. La pequeña niña, que hablaba poco, le dijo a su hermana Sofía.

-Mamá dijo que estaría aquí, pero no ha llegado.

-¿Estás segura?

-Muy segura. Me lo dijo en sueños. Pero también ya podrás escucharla. Pronto. Eso creo.

-Ya la escucho.

-Mami, ¿estás aquí?

Una voz, que traspasaba los colores del horizonte, los mares y todo, se dejaba escuchar en sus pequeños oídos.

“Vengan a mí. Avancen sobre las aguas del mar. Las guiaré a donde estoy. Vengan a mí”.

Sofía tomó fuertemente la mano de su pequeña hermana, que sin temor, avanzaba hacia las aguas del mar. Sintieron una calidez especial al meter sus pies en los linderos del agua. Y así, sin que nadie las detuviese por motivo aparente, fueron adentrándose al mar, perdiéndose por completo sus cuerpos en las profundidades. El sol murió. La noche cobró vida. Y el mar volvió a la quietud de forma inesperada. Eso me cuentan los marineros del lugar y nada más.

Demian Shadows 21/03/2017 02:23 pm


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