top of page

Profundo Azul, como el Mal


Se ahogaba así mismo. El aire no estaba llegando hasta su cerebro. Sin entender el porqué, solo quería dejar de vivir. Sus ojos, no podían ver más allá. En sus sueños, le atormentaba su mirada. Ese azul profundo, lo aniquilaba lentamente en sueños. Daba vueltas en la cama, en busca de consuelo, pero, los brazos de Soledad no eran suficientes.

El color azul, instintivamente, lo perseguía; podía mirarlo, desnudar su alma. A punto de confesar a todos, lo ocurrido. No se daría por vencido.

Tras todo el trauma físico de un ensueño psicosocial, aspiraba lo más profundo del aire proveniente del mar. Pero el azul estaba ahí…

***

Las ruedas de la bicicleta nuevamente y a toda velocidad, marchaban en busca de nuevos horizontes. La vida era diferente y en puerta, vendría algo mejor. Soledad había conseguido un mejor empleo y se habían mudado lejos del mar. Él, continuaba repartiendo el correo, ahora en otra zona. Y Sofía, era Sofía. Suficiente.

Único recuerdo de los sucesos anteriores, tan solo en sueños. Azul le llamaba en sueños. Lo besaba. Y tras aquello, las cuencas carentes de ojos nuevamente aparecían, mientras soñaba que la penetraba una y otra vez en la morgue. No, ella nunca había llegado hasta ahí.

Por soñar despierto, en varias ocasiones estuvo a punto de tener accidentes. No podía acudir a ningún psicólogo o ayuda, debido a lo sucedido y es que, las historias de terror no eran suficientes para mentirle a una persona encargada de la psique. Peor sería que esa persona la mandara a una corte y ahí si, no le podría mentir tan fácilmente al juez.

Juicio mental, contra juicio social. En ambos salía perdiendo. A pesar de la tranquilidad de su vida, esos ojos lo perseguían a cada momento.

Tomaba mucho tiempo en entregar los servicios y paquetes del correo, en ocasiones no iba a trabajar, llevaba justificantes falsos firmados por Soledad y eso, comenzaba a pesarle a ella y a su “hija”.

-No puedo cubrirte por siempre y eso lo sabes.

-¿Qué quieres que haga?

Con ambas manos, lo llevó hasta su pecho. Él comenzó a besarla y con ambas manos, a desnudarla otra noche más. Sofía lloraba y Soledad, como buena “madre”, se levantaba por ella, cubriéndose los pechos y tomando un nuevo biberón para la pequeña. La sostenía en sus brazos y la alimentaba. Una canción de cuna inventada, calmaba a la niña, para luego sacar una sonrisa de esas que pocos bebés muestran a tan corta edad. Soledad, le regresaba el gesto.

Jacob, molesto al no obtener un desahogo mental y sexual, se iba de aquel amoroso espectáculo a donde el nuevo televisor y poder ver algo productivo.

-No es por nada, pero deberías apoyarme un poco más con tu hija.

-Sabes que ella no es nada mío, ni de…

-Azul… Ella era su madre.

-A veces pienso que alguien me hizo una jugada y me cambiaron a mi hija.

-¿No la quieres por que no se parece a su madre? ¡Jacob, por el amor al maldito Dios, ¿qué te has creído?

-Uno tiene sueños y esperanzas y cuando eso no ocurre, ¿sabes el conflicto en el que uno se encuentra?

-Entonces Azul no era la del problema. Siempre has sido tú.

-¿Yo? Nunca quise un hijo.

-Nunca quieres nada, pero eso no lo niegas estando en la cama…

Le arrojó una prueba de embarazo que le golpeó la mejilla derecha, como un bofetón más hacia él y un nuevo atentado a su vida.

Soledad se alejó de él, cargando a la pequeña Sofía.

-… Iba a ser una sorpresa, pero veo que eso no será importante para ti, porque si mi hija no se parece a mí, entonces no vas a reconocerla. Y porque solamente buscas llevarte mujeres a la cama sin conocer la hermosa “consecuencia”. Para ti, es una consecuencia, un problema y un altercado a tu vida. Azul no era la del problema. Tú nunca quisiste compromisos. Me iré a dormir y no esperes nada de mí esta noche.

Jacob observó la prueba. Lo poco que sabía y por lo que Soledad le había dicho, sería nuevamente padre. Se llevó la mano a la frente, que sudaba un poco tras la discusión. Acudió al refrigerador en busca de refrescarse y no halló nada mas que leche y más leche. Salió a la calle en busca de respuestas, no sin antes, mandar la prueba de embarazo a la basura, junto con sus sueños de una vida mejor. Otra vez. No hubo paseo.

Se quedó mirando al oscuro cielo sin astros, tratando de saber, conocer o encontrar algún tipo de ayuda. Extrañaba el mar, recordaba sus años de juventud. Antes de Azul, todo era hermoso. Antes de Soledad era un caos. Con Soledad, estaba todo a punto de…

-Todo es una mierda en esta vida.

Intentó mirar hacia adelante. Sofía alguien más. Tres bocas que alimentar. Le pesaba. No era esa vida la que buscó. Intentó mirar dentro de su mente donde se equivocó. ¿Enamorarse de Audrey? Audrey. El nombre susurrado en las tinieblas por el viento de la noche.

Miró al frente.

Alguien lo observaba del otro lado de la calle. Aun en la oscura noche, eran inconfundibles esos ojos de color azul. Jacob se levantó de la acera y caminó hacia la figura oscura, que parecía cubierta con las ropas de la noche. Tuvo que volver cuando un enorme camión pasó cerca de él. -¡Maldito imbécil, fíjate por donde caminas!

-¡Y tú fíjate por donde conduces maldito seas! ¡Y tú, maldita Azul! ¡Aquí estoy, pero no tendrás aun! ¡No me tendrás porque yo estoy vivo y estoy consciente de ello! ¡Ven a joderme otro día muerte maldita, cuando ya esté tumbado en el suelo! ¡Mientras no lo hagas!

Soledad salió en busca de Jacob y lo arrastró prácticamente adentro de su casa, mientras él seguía gritando a la noche. Al ingresarlo, cayó con fuerza al suelo.

-Sabía que estabas ebrio. Ya es suficiente todo esto. O te mejoras o me voy.

-¡No estoy ebrio!

Y Jacob se desplomó en llanto. Aquella pesadilla le seguía y no podía desprenderse de ella. Ocultaron el cuerpo, lo enterraron en las fauces del mar, cambiaron de residencia y de vida. Y Azul lo siguió. Y lo seguiría.

***

Soledad, en busca de mejorar su vida y la de Jacob, comenzó a tomar algunos cursos de psicología y parapsicología. Comprendió un poco más a Jacob y los sueños que le perseguían. Su única libertad, entendía, que era cuando iba al trabajo. No aseguraba aquello, ya que no podía verlo durante el trayecto y sus distintos trayectos de entrega.

Hizo una solicitud a su empleo y al actual hospital donde trabajaba, para tratarlo y entender cada una de sus locuras.

Transcurrieron unos 4 meses para prepararse en todo sentido y poder ayudar a Jacob. El pequeño ser, dentro de ella, ya comenzaba a dar signos de aparecer a la posteridad. Debía ser cautelosa. Su familia la visitaba los fines de semana. A Jacob, eso no le importaba. Ocasiones eran las que podía verlos, ya que se excusaba diciendo que tenía trabajo y, en efecto, iba a trabajar horas extra, entregando otros paquetes; todo con tal de no aguantar a su nueva familia.

Todo esto debía comprenderlo Soledad a cabalidad si quería salvar su “matrimonio” y “su familia”.

Una tarde, comunicó a Jacob lo que tenía planeado hacer durante una semana. Serían como vacaciones, ya que irían a distintos lugares, con tal de hallar el problema. El primer día fue sencillo.

Jacob habló de los traumas infantiles. Trabajar a corta edad, perder a su padre en la adolescencia y vísperas de madurez. Le habló sobre todo de los prejuicios de su madre: hijos distintos a él. La llave del primer trauma y del porque Jacob no quería a Sofía estaba ahí.

Por la tarde pasearon y fueron a cenar, como hace mucho no lo hacían. Todo era dedicado a Jacob, decidía que se haría durante toda la semana.

El segundo día, apareció al fin Audrey.

“La amé, como a ninguna mujer”, decía.

“Llegué a amarla tanto como te amé a ti en secreto. Pero ella sería quien me daría la satisfacción de un hijo de tonalidades azules”, le confesó a Soledad.

Su corazón latió fuerte. Nunca le olvidó a pesar de estar con Audrey. Tal vez, de no haber aparecido la chica Azul, su futuro nunca se hubiese visto trastornado. Nunca habrían existido las vagas esperanzas de hijos de ciertas condiciones físicas. Nunca habría existido esta vida. Audrey era culpable. No podía pensar en ello. Llegó a su vida de forma espontánea. Ella nunca la odió. Se ganó a Jacob por ser como era.

Es anoche, aunque salieron a comer, no se hallaba nada contenta. Seguía pensando en todas las posibilidades, pero no había marcha atrás.

La tercer sesión se vio interrumpida por dolores en el vientre, por lo cual tuvo que verse intervenida por los médicos, aunque nada de gravedad.

Pidió a Jacob que él continuara disfrutando de su vida, lo necesitaba en forma para la llegada del bebé, porque una nueva vida debía comenzar. A él, no le tomó nada de dificultad tomarse estos días y continuar sus pequeñas vacaciones.

La sesión del jueves, algo atropellada, llegó.

Jacob recordó el accidente y todo lo ocurrido antes del mismo. Audrey no era la causante. Jacob estaba furioso por no tener un bebé de otras características. Él, se sentía marginado por su color de piel, educación y medios de vida. Audrey lo tenía todo y la engatusó para quedarse con ella. Jamás pensó que llegaría un hijo, pero así fue. Y nunca pudo contener la furia al no haber obtenido el sueño.

Por la noche, no salieron. Jacob decidió quedarse en casa a ver la televisión, aunque no había mucha programación nueva.

En la programación, estaba un capítulo de “Hitchcock presenta”. Con tal suspenso en la novela visual, Jacob tuvo que necesitar de minutos para cruzar la sala, subir las escaleras y llegar a la habitación.

Soledad ya dormía, pero se despertó cuando escuchó a “su marido”, subir, azotar la puerta, encender velozmente la luz y atrincherarse en una esquina de la habitación. -¡Ella no me dejará nunca y sus ojos azules me persiguen!

Tomó a Soledad del cabello con fuerza.

-¡Volverá! ¡Me dijo que volvería!

-Ella no tiene forma de volver. Suéltame me estás lastimando.

Y le arrancó la ropa de un solo golpe. No le hizo el amor. La violó. Aunque ella, en libertad a su tratamiento psicológico, supo que tal vez era lo que necesitaba. Esa noche, ya no se sintió amada por Jacob. Comenzó a ser su objeto y eso, no le parecía en absoluto.

Jacob por la noche, estuvo dando vueltas a la habitación, una y otra vez, miraba a través del pestillo de la puerta, gritando:

-¡Te estoy esperando! ¡Ven aquí!

Soledad, sin más remedio, salió de la habitación y se fue con Sofía al sofá.

El fin de semana no hubo sesiones. Jacob intentó disculparse con Soledad, pero no había nada que decir. Él estaba loco y ella podía aceptar eso y más. No lo necesitaba. Podría cuidar a sus hijos sola, con ayuda de su familia. Pero el amor enceguecía su propósito final. Podría llamar al psiquiátrico y que a fin de cuentas lo encerraran. No, no era necesario. Al llegar la niña, estarían mejor. Ella sabía que era niña, por alguna extraña razón, alguien más se lo susurraba por las noches.

***

Había dos niñas. Una mayor, de cabello oscuro. Una más pequeña, de cabello un poco más claro. O empezaba a teñirse de rubia. Si, era eso, conforme avanzaban, la más pequeña tenía ahora el cabello rubio. Avanzaban hacia el vasto mar y su monstruosidad apareció delante. Un mar, lleno de ojos azules, cristalinos y a la vez furiosos, se tambaleaba de un lugar a otro. Unas terribles olas en forma de manos, se arrojaron sobre ellas. Grandes y enormes fauces se abrieron frente a sus ojos y las devoró, dejando tras esto, una estela roja sobre su acuosidad. Los ojos iban desapareciendo, tranquilamente. El cielo se hacía púrpura y luego, caía la tranquila noche. Nadie gritó ni movió un solo músculo, solo dejaron que todo sucediera.

El grito provino del mundo real, cuando Soledad, al mirar aquella visión, vivirla, sentir el aire y el horror, se levantó de golpe, no sin antes tomar tan fuerte a Jacob del brazo y arrancarle algunos trozos de piel.

Del hombre, recibió tremenda bofetada que la envió al suelo, perdiendo nuevamente el conocimiento. El siguiente sueño, fue solo un color blanco, suficientemente pacífico. Jacob, volvió a dormir.

Una lágrima brotó de sus ojos. Había rabia en el hombre, pero algo, muy dentro de él, tal vez, su alma, lloraba. Era injusta la forma de tratar a Soledad. Pero alguien le susurraba en la noche.

***

Las pesadillas eran recurrentes para Jacob, aunque Soledad ya casi no los tenía. Había noches que, sin importar el sexo, Jacob no hallaba algún remedio. Le llegó a confesar a Soledad que ni siquiera recordaba algunos sucesos. Ni siquiera recordaba todo lo que le contó en las sesiones psicológicas y el poco tratamiento que pudo darle.

Estaban juntos en esto y en todo y no podían abandonarse. Los días pasaban, las noches transcurrían.

Solo, durante su trabajo, mientras estaban solos, hallaban un rincón donde ocultarse de los horrores al llegar a casa.

***

Esta vez, las ruedas de la bicicleta tenían un propósito aún mayor. Debían llegar a tiempo. El hospital no estaba muy lejos, en auto, pero en dos ruedas impulsadas por un hombre, no eran, al parecer suficientes.

Soledad había llegado casi al octavo mes de embarazo y, por cuestiones, inexplicables al parecer, el bebé estaba a punto de nacer. Su familia la llevó hasta el hospital, mientras a Jacob le fue advertido por medio de una llamada telefónica a la oficina de correos.

Presuroso, tomó su bicicleta y maniobró entre los pocos autos que comenzaban a circular en la pequeña ciudad.

Un sueño sobresaltó a su mente y lo hizo perder el equilibrio, así que cayó al pavimento y salió rodando por la acera.

Unos ojos azules, lo observaron de golpe, como una iluminación fuerte que penetró hasta lo más profundo de su mente. Una joven se acercó para ayudarlo a remontar su bicicleta. Al tratar de agradecerle, observó los ojos de color azul de la chica. Tras ello, una lágrima roja brotó de ellos.

Jacob salió de ahí sin mirar atrás.

Continuó el viaje a toda velocidad.

En destellos, la mirada le torturaba.

Soledad en el hospital ya estaba en labor de parto. Su familia estaba muy preocupada por el estado de su hija. Los doctores también se hallaban preocupados.

Jacob llegó después de algunos minutos y entró para saber el estado de “su mujer”. Un médico, minutos después, salió al fin, para darles las noticias y su parte:

-Familiares de…

-Sí, aquí estamos, ¿cómo está mi hija?

-Ambas se encuentran estables. Soledad ya pueden pasar a verla. La niña, de momento, va a tener que quedarse unos meses en observación dentro de la institución para valorarla. Pudimos salvarlas ambas, es inexplicable el fenómeno que tenemos…

Jacob entró sin preguntar a nadie. Llegó hasta la habitación de Soledad. La halló inquieta, con un color amoratado en su piel debido al esfuerzo.

-Estoy aquí…

-Lo sé… Sé que estás aquí…

-¿Ya viste a nuestra hija?

-No pude verla, perdí el conocimiento algunos minutos…

-Señor, la bebé está en la zona de incubadoras, le indicaré donde puede verla. La señora necesita descansar.

Soledad tomó fuertemente su mano. Incluso, la fortaleza con la que lo hizo, araño parte de la piel de la mano de Jacob.

-Yo… Estaré… Siempre… Aquí… Contigo… No… Me… Iré…

Las máquinas alrededor comenzaron a hacer sonidos extraños. La enfermera llamó a otros médicos.

-Señor, necesito que despeje la sala ya.

-Pero… pero…

Pero ahí estaba. Los ojos de Soledad, empezaron a sangrar. El color detrás de ellos, se tornaba azul. En su mente, pudo escuchar el horror.

“Hola amor. ¿Me extrañaste? No me iré. Nunca”.

El mensaje se repetía tantas veces como avanzaba por las habitaciones. Corrió sin rumbo, escuchando la voz y los sonidos de las máquinas. Hasta que un solo sonido traspasó su mente. Un largo y penetrante ruido, como una línea que pasaba a través de su cerebro. Sin darse cuenta, llegó hasta la zona de incubadoras, donde solo había un bebé. Con temor, observó detenidamente a la pequeña criatura que ahí yacía recostada, descansando.

***

Se ahogaba así mismo. El aire no estaba llegando hasta su cerebro. Sin entender el porqué, solo quería dejar de vivir. Sus ojos, no podían ver más allá. En realidad, ahora, le atormentaba su mirada.

En su debilidad, tras haber nacido, no era un impedimento, para que la pequeña niña lo observara desde su cuna de recuperación. Aquella piel blanca, como la misma nieve y esos inconfundibles ojos, de un extraño color azul, nunca vistos, lo observaban, perpetrando su mente, su corazón, su alma y su ser completo.

Jacob, respiró, mientras lentamente caía arrastrando la espalda por la pared de la habitación. Lloró sin detenerse por algún tiempo. Al final, en su “soledad”, se recostó en el suelo, en posición fetal, buscando una respuesta a todo lo que sucedía en esta parte de su vida.


Entradas destacadas
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
No hay tags aún.
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square
bottom of page