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Amor es, en la oscuridad:


ELLOS.

“Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra. Tras, tras, tras…”. Jaime Sabines.

11 DE MARZO DE 2010.

-Tengo temor. Sí, es raro que lo diga, pero es verdad. Temo que ni siquiera me hable. Temo que no se acerque. Temo, todo. Ya no puedo estar a la deriva en el amor.

-No creo que te diga que no, ella es buena onda, es más, invítale una cerveza.

-De eso es lo que tengo miedo, de invitarla a salir. ¿Qué tal y dice que no?

-No creo. Vamos a hacer esto. Mañana que llegues al taller, yo soy quien da pauta para que vayan por una cerveza. ¿Va?

-Va ya estás. Así quedamos… ¿Y si dice que no?

-Vas a ver que no. Todo va a salir bien, tu relax.

Dos amigos, profesor y alumno, pero al final amigos, realizaban un plan para invitar a salir a una chica, de la cual el muchacho se había enamorado tiempo atrás. “La muerta del profesor”, así le llamaba él. Su nombre, era Ana. Aunque de momento tenía miedo de tan solo pronunciar su nombre. Y no un temor sólido; era más por intentar no perderla. El corazón no iba a traicionar sus emociones esta vez. Y no solo las de él, sino de todos los individuos inmersos en su realidad al momento. Utilizaría a todos y cada uno de ellos para intentar conquistarla. Pero el miedo a fallarle al corazón, seguía ahí. Estaba lo suficientemente herido como para intentar buscar “refugio” en otro sitio cálido y pleno.

No estaba del todo solo, pero lo presentía.

Caminaron sobre la acera de aquella escuela, rumbo a casa ambos. Las enormes jacarandas, comenzaban nuevamente a relucir sus tonos lila. La primavera en puerta. Ella, lejos de la escuela. Pensaba en qué estaría haciendo. ¿Pensaba en él también? O tal vez, ni siquiera existía aun en su mundo. O quizá sí.

-Oye chavo, ¿no tienes ya clases?

-No, necesito relajarme un rato.

-¿A dónde vas?

-Por ahí.

Ambos se despidieron al llegar a la avenida Montevideo. El profesor, a su hogar. Él, hacia un sitio donde solo el llanto se mezcla con el sabor de una buena cerveza.

Bebió lo que pudo y le alcanzó. No debo mentirles, pero el tiempo que lo conocí, siempre tuvo muy buen aguante para esos temas. No bebía cualquier cosa y se había entrenado por mucho tiempo en aquel “arte”, solía llamarle así. Porque una buena cerveza, se hace con amor y arte, solía decirme.

Volvió a casa sin decir palabra alguna. Se preparó una cena ligera. Realizó algo de tarea. Escuchó música. Terminó su anterior relación por fin, quedando en buenos términos con la chica zootecnista. Amigos sin importar nada.

Maduró por fin.

Existía temor, eso era verdad. Tenía muy lastimado el corazón, el alma y a los otros dos, los tenía de momento olvidados. Al momento, ninguno interferiría. Debía ser primero él, la persona, el físico, el ser; quien se presentaría a la chica. Ya llegaría el resto cuando fuese necesario. Intentó dormir, porque dio vueltas al asunto.

“¿Funcionará?”

Mil posibilidades. “Una de noventa y nueve”, “cincuenta, cincuenta”, “noventa y nueve de 1”, “ninguna”.

Con toda matemática, al fin comenzó a ganarle el sueño y dejó todo al día. Había aprendido eso en aquella noche: deja que todo suceda. Su filosofía de vida a partir de aquella noche y nunca la modificó.

No muy lejos de ahí, una hermosa joven también intentaba dormir. Con el corazón igual de roto, buscaba una historia diferente para iniciar mañana. Ya no le interesaba su actual relación. Había perdido una oportunidad que ella creyó excelente, pero nunca se dio.

Había tomado algo de alcohol de sus reservas e intentaba dormir, debido a que muy temprano debía estar en la escuela.

Mundos separados por el tiempo, que en el nudo del día serían unidos.

12 DE MARZO DE 2010.

Ambos sentados en uno de los camerinos del Auditorio de la escuela. Tras un interrogatorio, el plan comenzó.

-Bueno, quien quiere acompañar a este muchacho por una cerveza.

Y ahí estuvo la respuesta que tanto buscó. Ella alzó la mano. Y otros dos. Al menos, la primera parte estaba cubierta.

Fueron por cervezas. No cualquier cerveza.

-¿Has probado Heineken?-, le preguntó.

-No.

-Bueno, a partir de ahora, te encantará.

Para hacer tal fin, debido a que se encontraban en una zona escolar, acudieron a un puesto de jugos, donde adquirieron 3 vasos grandes de unicel y ahí, frente a una caseta policíaca, por idea de él, vertieron gota a gota las latas sobre cada vaso y posteriormente fueron sellándolos con la tapa. Le gustaba el peligro y las malas bromas.

Mientras vertían las cervezas, tras una caseta telefónica bien ocultos, él intentaba hacer una llamada telefónica falsa.

-Sí, hola, por favor, comuníqueme con Pepe. Si, con Pepe. Ella y otro chico más que los acompañaba reían. Era el peligro lo que los ponía nerviosos. Y a él, en verdad no le importaba la ley; ninguna ley, solo la suya. Lo veía divertirse. Era extraño que de un momento a otro cambiara su rostro por completo. Horas atrás lo halló triste. Ahora reían juntos.

El tercer chico se apartó minutos después de un conjunto de carcajadas. Se quedaron solos conversando un rato más. Nunca me contaron que tanto hablaron, porque ni ellos lo recuerdan con claridad; lo más probable y; si es que los conozco muy bien, no era nada importante.

Descendieron para tomar el metro, un transporte subterráneo así conocido en la Ciudad de México. Ambos iban hacia la misma dirección pero en diferentes estaciones. La llevó hasta donde ella tomaría otro transporte para llegar a su casa. Se despidieron como amigos, como normalmente lo harían dos personas que apenas se conocen.

“Deja que todo suceda”, se repetía una y otra vez, aunque su corazón latía tan fuerte. Sin saberlo, el de ella también latía a la misma velocidad y al unísono.

-Oye, antes de que te vayas… Te quiero invitar a un evento que vamos a tener en el auditorio de tu escuela. Es a las 12, digo, si no tienes nada que hacer…

-Sí, si voy.

-¿Entonces? Hasta el viernes.

-Hasta el viernes.

Se quedaron mirándose el uno al otro, hasta que al fin, ella decidió irse. Ambos suspiraron en silencio. Suspiraron cada segundo que no estuvieron juntos en toda la semana. Suspiraron entre clases, mientras comían, se aseaban dormían y en sueños, aparecían.

Era un enorme árbol completamente marchito, en una tarde de otoño, fría como todas. Abrazados ambos, permanecían cerca de aquel sombrío árbol, abrazándose junto con la oscura atmósfera. Así me contó su sueño, uno recurrente, inclusive en clases.

Prepararon el evento completo, leyó algunos corridos revolucionarios. No había ninguno que dedicar. ¿Qué esperaba? Su mente deambulaba sobre temas que no versan en el amor. Preparó su material de lectura que el profesor Julián le solicitó y se encaminó hacia el evento. Más que nada, seguía pensando en ella y era lo único que le importaba. “¿Estará ahí? ¿Irá en verdad?”.

“No, espera. No forces nada. Deja que suceda”.

Al llegar, encontró a su grupo de trabajo, preparando todo para el evento. La buscó. No estaba ni cerca.

Comenzó a apoyar a cada uno de sus amigos y compañeros del evento y a sus profesores. Mientras saludaba a todos los que iban llegando, una chica le dio una leve pista, que de momento no entendió muy bien.

-Oye, por cierto. Alguien vino preguntando por ti y te está buscando.

-¿Quién?

-Alguien. Al rato regresa.

Miró cerca de donde estaba la chica y, como estaba acostumbrado a que le ayudaran consiguiendo citas, vio a dos mujeres sentadas, nada agradables a su vista y corazón y esperó, que no fuesen ellas. No captó la idea, porque estaba muy ocupado en los quehaceres del evento.

Ella por su parte, salió muy rápido de su salón de clases. Sus amigos preguntaron el por qué la prisa.

-¿Oye a dónde vas?

-Al auditorio.

-¿Y qué va a haber?

-Un evento.

Se acercaron al auditorio y al ver el título de la ponencia a ninguno le interesó.

-¿Estás segura?

-Sí, bueno, me voy, nos vemos el lunes. Bye.

Entró sigilosamente. Aquel chico estaba muy ocupado y la ponencia estaba a punto de iniciar. No había gran público. Créanme, es muy difícil que una escuela de ingeniería llene un auditorio cuando de literatura se trata y mayor aun, cuando el tema es sobre “Corridos Revolucionarios”. Él me contó sobre todos los eventos a los que acudía y en muchas ocasiones, los que más atraían a la gente eran los eventos de “Contra la quema de libros”, porque regalaban literatura a todos aquellos que pasaran a leer un fragmento de algún libro en especial.

En general, todo otro evento era muy difícil de recaudar público.

Ya sentado en el sitio del estrado principal, se miraron.

Bastó un “hola” de ida y vuelta para acelerar su corazón.

El profesor Julián dio la segunda llamada y otro anuncio más.

-Segunda llamada para iniciar nuestro evento. Más tarde, al terminar el evento, rifaremos a este joven que tengo a un lado.

Ella, desde el público sonrió y él se puso muy serio. La respuesta es sí, entró mucho público femenino. Ella me contó que él siempre tuvo “un no sé qué, que, qué se yo”. La verdad nunca lo comprendí totalmente. Pero todos lo tienen y más yo, quien les relata la historia. El evento comenzó y la chica ponía bastante atención. Y también a él.

Fue su turno de presentar sus escritos. Se esmeró en cada lectura para ser aplaudido por ella. Al alzar la mirada, no la halló en su asiento.

Volteó a ver al profesor Alejandro Arzate, con quien tenía mayor acercamiento con la chica. Debido a que no podían hablar durante el evento, en un papel tuvieron una conversación.

“¿A dónde fue?”.

“Tuvo un problema y se tuvo que retirar, me envió mensaje al celular”.

“¿Tienes su número?”.

“Te lo paso…”.

El evento terminó y presto, anotó el número en su teléfono celular y le envió un mensaje. No tenía para realizar una llamada y, si tenía un problema, no quería incomodarla.

“Hola. Todo bien? Pásame tu e-mail y hablamos por messanger más tarde”.

“Messa que? No tengo nada de eso, no me gusta”.

Caminando por la avenida, ya fuera de la escuela, fue a despedir a sus compañeros del taller y a su profesor. Mientras escribía otro mensaje.

“Ok. Quieres que vaya a verte? Si necesitas algo, puedo ir ahorita. No tengo nada que hacer”.

“De verdad? Bueno, si quieres venir, está bien. Donde y a qué hora te veo”.

“Te mando mensaje cuando vaya para allá. Nos vemos dentro de metro Muzquiz”.

Volvió al auditorio, donde aún quedaba alguna concurrencia del evento, el profesor Alejandro y algunas chicas.

-Voy a ir a verla. Necesito verla y bueno, ya de una vez le digo todo.

-Aguanta. No te apresures.

-Sí, primero sé su amigo-, le dijo una chica.

-Además apenas la estás aprendiendo a conocer-, le indicó Alejandro.

-Bueno, está bien, me voy a calmar. Pero voy a ir por ella. Me necesita y debo estar con ella.

Pasó un rato y le envió mensaje a la chica.

“Voy para el metro. Llego en una hora”.

“Te espero entonces”.

Avanzó hacia la puerta de salida de la escuela. Caminó sobre la acera de Avenida Politécnico. Al llegar a la esquina de la escuela, sonó su celular. ¿Sería ella?.

“Hola”.

“Güey, ¿dónde estás?”.

“En el trabajo. ¿Por?”.

“Güey, no chingues, está haciendo examen el de comunicaciones”.

Dudó. Era una responsabilidad a cumplir. Su corazón latió muy fuerte y tomó la decisión más sabia de toda su vida futura.

“Es que ando lejos güey, tengo un buen de trabajo. Dile al profe que luego lo hago”.

“Va, ya estás”.

“Nos vemos el lunes. Suerte”.

Hago un paréntesis, porque, era muy inteligente que no requirió de ninguna ayuda y en tan solo dos exámenes más, pudo pasar la materia. Tenía esa cualidad de entender las cosas con una simple explicación. A pesar de ser una persona que su sinónimo pudiera ser “desastre”, “anarquista”, siempre fue el mejor en lo que hacía. No sobre los demás. Aprendió a crecer y superarse a sí mismo. Y todo el tiempo que lo conocí fue así.

Retomando la historia, sin miedo alguno corrió hacia el metro. Lo golpeaba cada vez que podía, para que avanzara más rápido.

Al fin, en un atardecer con un naranja sobre sus rostros, colándose entre las ranuras de la estación del metro. Ella, sostenía una lata de Coca Cola. Él, un corazón destozado en las manos que buscaba reparar.

Se sentaron en el final de la estación. Pasaron muchos trenes. Hablaron de todo un poco hasta que, tocaron la fibra más sensible en el corazón del chico: la muerte.

Le relató el impacto que tuvo la muerte de su padre. Ella escuchó toda su historia anterior. Luego, fue el turno de ella y él la escuchó. Ambos soltaron lágrimas. En ningún momento se abrazaron. Como un buen aliciente, ella le invitó a jugar una partida de billar en un lugar cercano.

-Hace mucho tiempo que no juego.

-Yo tampoco, pero vamos a intentarlo.

Rentaron una mesa. El lugar no era del todo agradable para los ojos del chico. Estaba acostumbrado a sitios un tanto más de estilo rockero. Pero si estaba con ella, nada importaba. Iniciaron la partida y era, por puntos. Exceptuando meter en la buchaca la bola 8. Cosa que hizo él varias veces.

Tras tres partidas, en la última decidieron apostar. La apuesta estaba ahí, pero ninguno quiso hablar de ella.

-¿Apostar qué?

-¿Qué te gustaría perder? Ya que has perdido todas las partidas.

-Lo que quieras.

-Qué te parece un kilo de carne.

Él sonrió e iniciaron la partida. No hubo diferencia. Ella volvió a ganar.

-La próxima vez me voy a acordar de como jugar y voy a ganarte.

-Está bien, será la próxima.

El celular de la chica sonó y tuvo que esperar para continuar el juego del amor. Él pensó que, tal vez, quien le llamaba era “otro”. Más bien, podía ser que él fuese “el otro”.

“No adelantes nada, deja que fluya”, se repetía.

-Era mi papá, ya me quiere en la casa. Me tengo que ir.

-Te acompaño.

Salieron del lugar y ya comenzaba a anochecer. Se miraron mientras ella esperaba su transporte.

-Bueno, gracias por el juego.

-Gracias por venir a verme.

-No es nada, lo necesitabas y bueno, me gusta ayudar a… los amigos.

-Bueno. Nos vemos el otro viernes.

-Si, en el taller, ya sabes que siempre estoy ahí.

-Lo sé.

-¡Oye! Antes de que te vayas, dame el número de tu casa.

Le extendió un papel y ella gustosa, le escribió su número.

-¿Te puedo hablar mañana?

-¿A qué hora?

-Como a las 7 u 8 más o menos.

-A las 8 está bien. Es que voy a salir. Pero, espero tu llamada.

-Esta bien.

Se despidieron y él, regresó a la estación del metro y tras pasar dos de ellas, descendió. Se fue caminando a casa, pensando en ella y en su sonrisa. Ella llegó a casa menos agobiada y pensó en él. Le envió un mensaje de texto.

“Gracias por haber ido. Nadie había hecho algo así por mi”.

“Gracias a ti por haberme dejado, estaré ahí cuando quieras. Buenas noches.”

“Buenas noches, que descanses, espero tu llamada mañana”.

En la noche, ninguno pudo conciliar el sueño por completo. Se pensaron juntos, con el leve temor de que el otro tenía a alguien y que tan solo esto, era mera coincidencia.

20 DE MARZO DE 2010.

En el transcurso del día se enviaron mensajes

“Que haces? Yo acá vengo a ver a un amigo al hospital. Espero tu llamada”.

“Yo bien gracias, haciéndola de cenicienta, ya sabes, sino no me dejan ir a ensayar con la banda. Te llamo más tarde”.

“Jajajajajaja quisiera verte de cenicienta. Ok espero y me llames”.

“Bien, porque estoy colgado del techo y ya casi acabo. Tengo ensayo con el grupo. Un día te invito a vernos”.

“Yo encantada. Nos vemos más tarde”.

Espero las horas. Comenzó a cantar, como hace mucho no lo hacía. En el ensayo se esmeró aun más. Cada canción iba dirigida a ella.

Llegó al fin la hora de la llamada. Ella llegó antes de la hora pactada, preguntando a su mamá si es que nadie le había llamada aun y recibió la negativa. Al final, sonó el teléfono.

La conversación se extendió hasta el amanecer del 21 de marzo, hasta que inició el solsticio de primavera y un tanto más, a eso de las 3 de la madrugada, cuando, tras una conversación que ninguno recuerda y no pudo detallarme, él al fin soltó lo que tenía en su corazón. No fue una promesa, tampoco un compromiso. Solo era lo que ambos necesitaban tener en sus vidas. A la fecha y más adelante, cumplieron con ese pacto. Del cual, les relataré la siguiente ocasión.


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