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Profundo Azul, como el Mal


La pequeña embarcación a mitad del enorme mar se detuvo a una distancia considerable del suelo terrestre. Al fondo, como testigos, el atardecer. El sol desfalleciente y la menguante luna en su lenta y cautelosa aparición.

Lágrimas transformadas en río, que no volverán al mar. Ahora, como yacimiento de sales en un rostro moreno.

Suspiros de leves presiones atmosféricas cálidas y húmedas, ahora resguardadas en lo más profundo de sus pulmones buscando algún alivio.

Era una tarde distinta, una tarde en la que todo cambió.

***

-¿Tú crees que soy culpable de ello?

Audrey y Jacob discutían por tercera o cuarta vez en el día. La pequeña niña no dejaba de sollozar y luego, aspirar profundamente para aspirar un grito mayor.

-Pues, a veces ni siquiera sé el por qué te estoy haciendo caso. Es más, no entiendo ni siquiera porque te hablo.

Jacob salió de casa, nuevamente en espera de algo mejor en su lugar de trabajo, al menos ahí, al montar su bicicleta, el mundo se abría a muchas posibilidades, mientras que dentro del hogar, se reducía a una mujer que había perdido el juicio y una hija cuyos ojos no eran azules. Eso le molestaba. Tantos años su madre le imploró un nieto de ojos de color. Pensó en su momento en la maravillosa vida que sería haber tenido una pequeña Azul, pero la niña tenía ojos color café, como él, como su padre, el inútil padre.

Audrey salía esta vez, no a despedirlo sino a continuar gritándole.

-¡Vuelve pronto porque aún no he terminado! ¡Y necesito que me ayudes con la niña temprano antes de que te largues! ¡Es nuestra hija! ¡Oíste! ¡Nuestra!

Al montar la bicicleta, descendió la rampa y entró hacia el asfalto. Últimamente pensaba en arrojarse hacia los autos y terminar con el sufrimiento. Pero, ¿por qué él? Tenía una vida antes, ahora se veía opacada por completo.

No había desayunado y era un peso importante al tratar de adquirir velocidad. Un auto pasó a su lado y en verdad, quería arrojarse a él, internarse en un hospital y que, esta vez, fuera a él a quien cuidaran. Audrey debía sufrir también un poco, ¿o no?

El auto hizo sonar la bocina lo cual lo sobresaltó de su pensamiento y el auto siguió de largo, mientras Jacob disminuía la velocidad y los suspiros eran mayores. Decidió retirarse un momento de la carretera, hacia unos arbustos y descansar un momento, a parte también, de llorar un momento ante la desesperación.

***

Audrey estaba molesta. Jacob, desde el nacimiento de la niña, había cambiado mucho con respecto a sus atenciones y motivos. Y ni siquiera sabía porque. Intentó de todo. Acercarse por las buenas, las malas, ponerse ropa provocativa por las noches o incluso dormir desnuda. Ya no le era atractiva tal vez, pero no había cambiado mucho su cuerpo.

“¿O era la niña?”.

Eso era totalmente absurdo. Era su hija. Ambos crearon ese pequeño milagro.

“¿En su trabajo tendría problemas?”.

Salía siempre a la misma hora y volvía a casa…

Excepto ayer.

***

Habían concertado un encuentro grato tras chocar el uno con el otro al cruzar la calle. Ella, peligrosa y sin cuidado corrió para pasar y él, último vehículo de paso en el cruce.

Soledad había salido tarde del hospital y su padre estaba preocupado por ella, era tarde y debía estar en casa. Él, ya tenía también retraso y no quería enfadada nuevamente a Audrey, no después del terrible monstruo en el que se había convertido su Azul. Ahora solía ver los ojos color púrpura. Era como aquella historia del doctor que intentaba curarse de una enfermedad y, en ciertos instantes, o en su enojo, solía transformarse en un terrible monstruo ajeno a su personalidad.

El choque hizo que ambos se volvieran a encontrar y fundirse en un corto abrazo de segundos, debido al sitio donde se encontraban.

Jacob abandonó la bicicleta para poner a salvo a Soledad sobre la acera y después volvió por su transporte, doliéndose de la rodilla izquierda.

-Perdona, ya se me hizo tarde y ya vez como se pone mi padre.

-No, perdóname a mí. También se me hizo tarde y bueno, Audrey…

-¿Te está yendo mal verdad?

-No, para nada…

-No me mientas, mi amigo. Puedo verlo.

-No, es que…

-Ven, vamos a casa y ya que vea mi padre que estoy bien, vámonos a dar una vuelta. ¿Te parece?

Y así fue.

Con dolor de piernas, Jacob iba caminando a paso lento, disfrutando un poco de la compañía de Soledad, cosa que Audrey desaprobaría en todo sentido.

Llegaron a casa de Soledad, para avisar solo a su padre que todo estaba bien. Salieron nuevamente a explorar la noche de un sitio cercano al mar.

Ya dentro del lugar, unas cervezas y algo de plática, hicieron sincerarse a aquellos jóvenes. -La verdad, te soy sincera, nunca pensé que Audrey tomara esas actitudes. Digo, haz hecho todo lo posible por ellas.

-No la entiendo, ha sido difícil para todos y más para mí el crecer tan rápido.

-Te dije que no te casaras amigo, pero mira, ahora entiendes. Por eso prefiero la vida libre, sin prejuicios, sin razones o motivos. Dejemos que todo suceda y aquí estamos, bebiendo una cerveza mientras mi padre en casa cree que al fin tuve una cita contigo y su mente explora la posibilidad de corromper tu matrimonio y Audrey estará esperándote con una escopeta tras la puerta.

-No digas más, que termino esta cerveza y me voy.

Sonrieron. Pero poco les duró ya que Jacob no hace solo promesas, sino que las cumple. Se despidieron al terminar la cerveza y él, a paso lento aun, se alejó de Soledad, que se quedaba otro rato en el lugar, buscando nueva compañía para pasar la noche.

El ruido y la felicidad se alejaban poco a poco de sus oídos, esperando no escuchar gritos de Audrey al llegar a casa.

No escuchó nada, ya que se había retirado a descansar. Así que esperó lo peor para la mañana siguiente.

***

Al llegar al trabajo, con el rostro de siempre, sin que nadie hiciera preguntas, Jacob tomó su ruta de entrega de cartas y observó que había un paquete para el hospital. Vio la oportunidad de visitar a Soledad más tarde. Últimamente, su compañía había sido reparadora para su situación. No dudaría en entregarlo al final de su ruta.

Por la tarde, pasó cerca de casa. Espero una bienvenida menos abrupta y en cambio, Audrey lo esperó molesta en la puerta.

-¿Ahora vienes a casa para hacerte de comer a medio día?

-Ni siquiera vengo a verte a ti si estás de mal humor. Pasé por aquí y quise intentar hacer las pases, pero veo que no se puede.

-No se puede porque anoche no llegaste.

-Te dije que tuve un accidente y me duelen las rodillas. Ya uno ni siquiera puede accidentarse e intentar pedir ayuda, porque su mujer cree lo peor.

-Pensé que algo malo te había sucedido.

-Claro, si, muy preocupada estabas que fuiste a dormir.

-Debo cuidar a la niña todo el día en lo que vas a trabajar.

-Yo debo trabajar todo el día para traerles de comer.

La furia ascendía en ambos.

-Mejor me voy.

Audrey intentó razonar en lo poco que quedaba de la antigua chica Azul.

-Espera…

Jacob no volteo y se dirigió a la puerta sin detenerse.

-Lo siento.

-¿Qué sientes?

-Todo esto. Nos convertimos en…

-En padres Audrey. En gente responsable. Gente que trabaja y llega a casa exhausta. En marido y mujer. En personas que no tienen sexo por amor sino por necesidad. En gente que amanece al lado de otra persona que juró amarla mientras la noche pase. ¿Eso es lo que sientes?

-No hagas el problema más grande. Ambos estamos equivocados.

-¿Ambos? Audrey llego a casa cada noche con ustedes y traigo siempre dinero y comida. ¿Qué quieres de mi entonces?

Audrey calló por un instante mientras buscaba en su cabeza una respuesta que no aumentara la discusión. Pero no la encontró de momento y se retiró.

Jacob la alcanzó, abrazándola por la espalda y acariciando su vientre aun abultado, resultado del embarazo.

-Envejeceremos. No somos perfectos. Pero hemos peleado desde…

-Desde que nació la niña. Y eso lo sabes bien. ¿No la amas?

Jacob dudó un momento.

Audrey estaba por estallar debido a que la respuesta no llegó de pronto, pero esperó lo suficiente.

-Crees tú, que si no las amara, no llegaría a esta casa a darles lo que necesitan. Me voy. Tengo que seguir la ruta. Y otra cosa Azul. Esta noche tengo que ir a entregar otro paquete a las afueras, tardaré en volver. No va a pasarme nada, no quiero problemas por la noche. Descansa con la niña, nos veremos por la noche ¿sí?

-Entendido.

No fue un beso cálido o sincero como los de antes, fue un beso de despedida. Jacob salió por la puerta y Audrey, volvió a la mesa, donde observó un papel de entrega.

“Para Soledad Valtierra”

“Con amor”.

La sangre de Audrey, hirvió y sus ojos púrpuras estaban a punto de lanzar un primer sollozo. Aunque aguantó la furia para la noche.

*** -Es lo mejor amigo mío. Es lo mejor para todos.

La embarcación se mecía, durmiendo a la pequeña. Su padre, con lágrimas secas, mirando el horizonte púrpura, no supo que hacer exactamente. Volvió al suelo y siguió llorando. Soledad lo levantó del suelo y le dio a la pequeña niña, para que sostuviera, por una vez, con amor a su hija. Lo apartó del frente y le pidió que mirara al horizonte bello y el anochecer.

***

El turno nocturno no era lo suyo, pero esperaba en las puertas del hospital a que Soledad saliera. Por las pequeñas ventanas, podía verla con su bata de color blanco, contrastando con su piel canela.

Miró por esas pequeñas ventanas y ella, al percatarse de su presencia lo saludó y con una seña, le pidió que esperara.

Firmó algunos papeles y salió a su encuentro.

-¿A que debo su humilde aparición señor?

-Te he traído esto.

-¡Gracias!

-Es de la oficina de correos, no creas que es algo que te mandé.

-Sé que es. Es un regalo de mi abuela. Son libros que le pedí hace mucho tiempo y…

-¿Estás bien?

Soledad se desplomó en el suelo y recordó lo que tiempo atrás significaba la entrega del paquete.

-Amigo. Mi abuela falleció.

Jacob la abrazó muy fuerte, intentando aliviar su dolor. Ella, volteó su rostro y lo besó. Él no intentó apartarse.

-No. Esto está mal. Audrey te mataría y a mí también. Digo, es que, estoy confundida por…

-Lo sé.

Nuevamente se sentaron en la acera del hospital.

-Mi abuela, tiempo atrás, dijo que recibiría estos libros cuando ella dejara este mundo y hoy, que he recibido este paquete pues… Creo ha llegado el momento. Tal vez cuando llegue a casa, serán instantes muy tristes. ¿No has enviado nada a casa?

-Solo este paquete a ti. Y lo tomé, porque, no es mi ruta. Pero pensé que sería algo importante. -¿Así sin más?

-Quería verte.

-¿Y Audrey?

-Cada día me molesta más estar a su lado y me turbia más con sus problemas. A veces creo que dejamos de ser lo que éramos hace un tiempo. Y todo por la niña. Creo de no haber llegado, estaríamos mejor.

-No le eches la culpa a la niña. Ella, en cierta forma es producto de su amor.

Ambos se quedaron callados, en la fría noche. Jacob se ofreció a acompañarla a su casa y luego, volvería a su fría habitación, con una mujer que estaba dormida.

***

Audrey padecía frío amoroso y físico. La pequeña no le daba la calidez que su padre le daba tiempo atrás. Recordó la noche en que se entregó a Jacob y como pasaron un día hermoso. Y ahora, estaba paseando por ahí con Soledad, con otra mujer. Ella nunca le había engañado. Tampoco le daba motivos para partir.

“Todos los hombres si son iguales”, pensó.

“Una envejece, adquiere volumen, pierde belleza, cabello y se buscan otra bonita por sutiles recuerdos juveniles”, se vociferaba a sí.

Abrazó a su pequeña con tanta fuerza que no quería soltarla. Como si fuese la última vez.

***

Jacob llegó a casa y encontró total silencio. La puerta se cerró de golpe. Asustado, fue hacia la sala, para evadir por un momento a Audrey y su furia. Aunque en la oscuridad de la casa y el silencio, reparaba que nada de esto iba mal. Iba a subir las escaleras, cuando Audrey comenzó a descender. Encendió las luces.

-Sé que estás ahí. Y sé que fuiste con ella. No tienes que mentirme ya. Solo déjame sola con mi hija y vete. O si quieres me voy yo. Como gustes. Si quieres felicidad, esta es la mejor manera de hacer las cosas.

Jacob sigilosamente fue hacia la cocina.

-¡No te escondas y da la cara al menos por una noche cobarde!

Jacob salió y fue subiendo las escaleras. Tomó el brazo de Audrey.

-¿Eran rosas en el paquete? ¿O algún pastel? ¿O tu corazón?

-Libros. Y no se los envié yo.

-Libros. Vaya. ¡Qué lindo! Nunca me has dado libros. ¡Ya, déjalo así! ¡Suéltame!

-¡No Audrey! ¡Ya basta! ¡Hemos peleado desde hace mucho tiempo y en realidad ya no puedo con esto!

-¡Sólo déjame sola y vete por hoy, no necesito que estés aquí ahora! ¡Déjame con mi hija y si quieres no vuelvas!

Forcejearon unos momentos en la escalera. Entre cada uno de los jalones y empujones, Audrey logró soltarse de Jacob y con esa fuerza, salió impulsada hacia el endeble barandal de madera de la escalera. Jacob intentó asir su mano sin éxito.

Audrey cayó al suelo y un golpe sordo se expandió en el corazón y mente de Jacob, así como en toda la casa. Audrey intentó hablar, pero un hilo de sangre brotó de su nariz y luego de la boca. Jacob descendió a donde ella y tomó su mano.

-¡Espera un minuto, ya vuelvo!

Salió por su bicicleta a toda velocidad en busca de Soledad. No iba a llevarla al hospital. Ncesitaba un momento para pensar las cosas.

Comenzó a gritar desesperadamente y de forma entrecortada cuando el aire llegaba a su fin. Algunos dicen, que en aquella noche, escucharon a un hombre que buscaba ayuda y no la halló. A la fecha, hay quienes en su mente, aún recuerdan los gritos de aquel desesperado ser.

***

El púrpura del atardecer, daba pie a la muerte de un día más. Soledad y Jacob se abrazaban en la embarcación, sosteniendo a la pequeña niña. Mirando el cielo juntos, esperando el momento perfecto.

***

Volvieron a toda velocidad a casa de Jacob. Sin habla, la llevó a donde Audrey. Ahí estaba ella, tirada en el suelo. La pequeña se había despertado minutos atrás y su llanto era ya el de un berrinche totalmente necesario de un bebé.

Audrey y sus azules ojos miraban a Soledad, devorándola al menos, con la mirada.

-No te muevas, ya vengo a ayudarte. Jacob, ¿qué pasó aquí?

-No… No… No se… Peleamos y ella, se soltó y cayó del barandal y se golpeó…

-Jacob. Basta. Está muerta.

-… Y ella me dijo...

Soledad lo sacudía en busca de algún síntoma de regreso a sí mismo. No lo hallaba.

-Jacob. ¡Reacciona! ¡No hay nada que hacer! ¡Está muerta! Voy a subir por la niña y vamos a mi casa, ¿entendiste?

-No… No la puedo dejar sola… ella…

-Jacob, voy por la niña que está llorando muy fuerte y busca lo más probable alimento, ¿sí?

La miró, temblando y asintió.

-Ahora vuelvo. Veremos cómo resolver esto.

Jacob miró a Audrey. Ella y sus ojos azules ahora eran enormes. Penetraba el alma de Jacob y más allá, corrompiendo su mente. La sangre no dejaba de salir de su cabeza y un hilo ya se había secado de su nariz. La boca abierta, como queriendo decirle algo más a su “amado” hombre. Tal vez reclamándole su muerte.

-¡Mira lo que hiciste! ¡Lo arruinaste todo maldita sea! ¡Muy fácil ahora las cosas son! ¿O no? ¡Te moriste y me dejaste aquí solo maldita hipócrita! ¡Y todo el tiempo tengo yo la culpa y ahora me dejas aquí solo con todos los malditos problemas! ¡No me mires de esa forma Azul! ¡Deja de hacerlo! ¡No me mires más!

Y se levantó del suelo y corrió a la cocina.

Soledad escuchó los gritos, mientras tomaba a la pequeña en brazos e intentaba calmarla. Afortunadamente, en una vieja mesita de noche halló un biberón y se lo dio. Escuchó los gritos de Jacob y algunos golpes.

Estaba desatando su furia. Pero ella no quería intervenir.

La bebé se tranquilizó momentos después. Soledad se sentía a gusto con la pequeña y, tras lo sucedido, tal vez era ella quien debía cuidarla.

Cerró la puerta del cuarto y al descender, contuvo el grito, pero su alma se perturbó por completo.

-¡No me mires más! ¡No me mires más! ¡No me mires más! ¡No me mires más!

Jacob repetía la frase, mientras, con un cuchillo, asestaba cuchilladas golpeadas a los antes ojos color azul de Audrey; ahora, destrozados por un hombre lleno de odio.

***

Tomaron un barco y zarparon por la tarde mientras nadie los viera. Jacob puso a Audrey en una vieja manta. Ya en el barco, le amarró una pesada piedra a los pies. Miró su cuerpo púrpura por última vez, ahora, carente de aquella mirada azul que él se había empeñado en destruir desde hace mucho tiempo. Su Azul, había dejado de existir en aquel momento en que su hija no nació con ojos del mismo color, y luego con las manías de una Audrey celosa y desquiciada y se su entonces labor como cabeza de familia.

Ahí estaba su cuerpo, de una mujer sola, ahora también púrpura y en descomposición. Tenía que arrojarlo al mar, pero no tenía el valor. Los recuerdos le traicionaban nuevamente. Soledad le dio un tiempo mientras cubría el cuerpo.

En la mortecina luz púrpura, ante la llegada de una noche, ante el mar oscurecido, arrojaron su cuerpo. Nadie la buscaría. Nadie la extrañaría. Dirían que fue un accidente. O mejor aún, que le abandonó. Cómplices de un delito amoroso, al ver las últimas burbujas ascender, volvieron de nuevo al puerto y a tierra firme.

-El mar no siempre es azul-, dijo Jacob.

Soledad remitió hacer comentarios.

Volvieron a casa y limpiaron todo. La pequeña niña dormía. Jacob miraba el suelo, pensando en su locura y su ahora liberación.

Soledad lo llevó a la cama para buscarle descanso.

Él, en su locura, la tomó dela cintura y la abrazó fuertemente, para luego, besarla con furia en los labios. La desnudó y ella, simplemente lo dejó hacerlo. Era un hombre libre.

Hicieron el amor, solo para olvidar la noche.

***

Ante la noche púrpura, el barquero decidió que ya no era hora de pescar. Recogía sus redes. Cuenta a sus amigos que durante el procedimiento, halló que el mar lloraba sangre. Y podía escuchar, en el fondo, con total claridad, a una mujer gritando. Dice que el mar está de luto por alguna razón. Pero la sabia naturaleza, hará cobrar el duelo que ahora yace entre sus enormes y profundos lugares marítimos. Varios barqueros han constatado la historia en los atardeceres en su regreso de la pesca.


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