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Profundo Azul, como el Mal


Las ruedas de la bicicleta, impulsadas por una fuerza trepidante y amorosa, a la vez que por una causa mayor, daban la velocidad máxima que esta pudiese soportar. Sin importar las pendientes, sea ascenso o descenso; conocía su instrumento de trabajo más que ningún otro empleado y en esta ocasión, esto no resultaría mal para él. Debía cumplir con su llegada en ese día, porque era lo suficientemente importante como cuando salía del trabajo a casa.

***

Han pasado tan solo 2 años desde aquel día en que Jacob y Audrey decidieron unir sus vidas a la del otro. En 2 años, no pasó gran cosa, excepto que Audrey sorprendió una tarde a Jacob para darle la noticia de que sería padre.

Cambió de trabajo. Ya no era vendedor de cocos, ahora repartía el correo por la zona y si, era el mejor de su división.

Audrey en cambio, trabajaba de ayudante en un hotel, fue sencillo por su conocimiento de otros idiomas y continuó preparándose. Eso, antes de dar la noticia, porque una vez que salió a la luz, Jacob le pidió que de momento no trabajara más.

Consiguieron una pequeña casa, en una zona donde pudieran observar el mar, testigo siempre de su extraño amor. Audrey llamó una tarde a su madre para darle la noticia y de las decisiones que tomaba. Le mintió diciéndole que en unos meses, con todo y eso, saldría en un vuelo a Londres. Desde aquel día de la noticia, la llama ya pocas o nulas veces. Hay ocasiones que el número resuena en su cabeza y otras que no.

Una tarde, en la que decidió anunciar la noticia a su madre, de que se convertiría en abuela, marcó el número, acomodando las ideas en su cabeza para darle una noticia que no le cayera tan pesada a su madre o familia.

Una voz distinta contestó el teléfono

-Hola…

-Hola, ¿quién es?

-¿Quién es usted?

-Mi nombre es Regina cariño.

De momento, no entendía lo sucedido, así que tuvo que investigar lo sucedido.

-¿La familia anterior, disculpe?

-Se mudaron. ¿Quién llama?

-Una disculpa si la molesto, señora Regina, el motivo de mi llamada es para dar seguimiento a las casas que tiene nuestra competencia y no cometer equivocaciones. Me llamo Andrea y soy corredora de Bienes Raíces de la empresa For Home. Requiero saber cuándo adquirieron la casa y lo que sucedió con los dueños anteriores, solo para tenerla en el registro de compra/venta.

-Solo soy yo y mis cinco gatos cariño. Y bueno, mi ex esposo compró la casa, solo que falleció hace tan solo 2 semanas. Con su dinero adquirí la casa a buen precio, no supe si ustedes realizaron los trámites pero por algo llaman. Los inquilinos anteriores tuvieron que mudarse por problemas con dinero. Al parecer el hombre había realizado operaciones ilícitas con empresas y ahora los buscan. Me enteré por una noticia que circuló en los diarios y hay mucha gente que ha venido a preguntar los primeros días, aunque ya es cada vez menor. Dicen que buscan a su hija también, aunque desconocen el paradero.

Audrey tuvo un momento para respirar y no intentar colgar la llamada y correr.

-¿Sabe a dónde fueron?

-¿Es usted de la policía? Hace muchas preguntas.

-Sí y no señora. Estamos intentando verificar los datos de todo lo ocurrido, debido a las fallas en algunos pagos de la licitación del terreno y de la casa. Por eso, es muy importante de que, si sabe alguna noticia, se comunique a la policía. Nosotros ya hemos actualizado el registro y bueno, nuestro seguro cubrirá las pérdidas. Aunque espero que aprendan a ese…

-Era un hombre que desde que lo vi, sabía que tenía algo entre manos. Se veía triste y acabado. Y oh si, pensaba mucho en su hija y en todo el daño que le había hecho. Era muy triste. Pero esa es otra historia cariño, gracias por llamar, ¿algún dato que requiera a parte de lo ya mencionado?

-Tenía esposa. ¿Ella estaba bien?

-Dijo que ella se había ido hace mucho, nunca vi a su mujer.

-Gracias por la información. Buenas tardes.

Colgó. Era libre. No debía entregar cuentas a nadie. Esperaba justicia para su padre, pero su madre, le preocupaba todo lo que pudiera haberle ocurrido. Volvió a casa a paso lento, pensando que todo debía estar bien y mejor. Ella ya no existía. Había cancelado cuentas y fondos y todo estaba ahora, a nombre de Jacob, en cierta forma. Audrey había dejado de existir, sólo había una cuenta a nombre de Azul, en un banco local.

***

La bicicleta continuaba su rumbo, esta vez en descenso. El hospital aún estaba lejos de la última entrega de Jacob. Debajo, una figura muy conocida, decidía continuar su camino, en descenso también, ejercitándose.

Era Soledad.

Jacob pudo reconocerla al ir detrás de ella por su cabello oscuro y su piel canela, brillando con el sol de casi mediodía, no importando su traje sport.

Se detuvo unos momentos, tan solo para saludarla y ella devolvió el saludo, aunque Jacob nunca descendió del vehículo.

-¡Espero verte pronto!

-Un día. Ahora llevo prisa.

Ella miró como Jacob se alejaba y continuaba su carrera. Sonrió para sí. Aun con lo sucedido entre ellos tiempo atrás y la llegada de Audrey, no se sentía incómoda. Continuó su marcha hacia abajo, intentando alcanzar a Jacob.

***

-No vendrán aquí. Es más, ya ni siquiera usamos tu nombre real. Eres mi Azul.

Sollozante y preocupada esa noche, se abrazó fuertemente a Jacob, en busca de alivio, pero con muchas interrogantes sobre su madre y su futuro.

-No llores más. Puede hacerle daño a nuestra hija.

-O hijo…

-A algo nuestro. Mira, no va a pasar nada, estamos muy lejos de todo y créeme, mientras estemos juntos, nada más va a suceder. Voy a prepararte algo de comer, necesito que vayas a tu habitación y descanses un poco.

-No quiero descansar. Quisiera…

Abrazó nuevamente a Jacob. Había cosas que no entendía de si por ahora. Tiempo atrás decidió abandonar a su familia y comenzaba su libertad. Dejo todo para ser libre. Y ahora, intentaba buscar respuestas de todo lo que dejó y del porqué lo había dejado. Pero se tomó el vientre y recordó todo lo que había dejado.

Hincado, Jacob fue a donde ella y tomándola del rostro la besó.

-Ve a la cama y yo te llevaré algo de comer, mi pequeña Azul. Todo está bien, créeme, tu madre está bien, si es como tú, supo qué hacer en su momento.

-Te creo. Gracias.

-No des las gracias, más bien, deja de hacerlo. Estamos aquí por ti.

Ambos sonrieron, tirados en el suelo. Le ayudó a incorporarse. Audrey se fue hacia su habitación y Jacob, no entendía muy bien lo ocurrido, pero estaban juntos y eso era todo lo que importaba.

***

Pasó cerca de un restaurante al que Audrey solía acudir por las tardes, con dinero que Jacob le daba, para que, no solo salir a pasear fuese una distracción, sino que no tocara la cocina y pudiera disfrutar de instantes para ella sola.

Una persona le miraba desde dentro. Él miró también. Un hombre alto lo saludaba detrás del cristal. Aceleró aún más, frunciendo el ceño y mirando al frente. El hombre dentro parecía sonreír.

***

En sus últimos meses de gestación, Audrey debía salir a caminar algunos minutos. Recomendación de todo el mundo, esto para que no se aburriera en su encierro y mantuviera la cabeza en su sitio, a parte de “acelerar” los movimientos del bebé. Eso, le gustaba al pequeño, aun dentro del vientre. Se movía mucho, al ritmo de su madre.

Llegó a un sitio donde se encontraba un hombre muy educado y que desde que la vio, la invitó a pasar. Se sentó con ella, aunque sus intenciones eran diferentes, sabía que Audrey ya tenía a alguien con ella.

-¿Qué te apetece cariño?

-Pues de momento, una enorme hamburguesa creo.

Y sonreían.

-Es raro encontrar alguien como tú, tan linda y, en esas condiciones.

-Bueno, estas cosas pasan cuando, hay amor.

-Sí que lo hay. Vuelvo en un momento con tu orden.

El trato y amistad con aquel hombre, fue mayor y Audrey acudía regularmente al lugar y el hombre siempre estaba para atenderla. Excepto los miércoles, que era un día recurrente de su descanso. Aun con eso, Audrey acudía al lugar.

El hombre supo que también ella acudía los miércoles y un día decidió invitarla a otro lugar a comer.

-Es solo para que salgas de esta rutina.

-Pero, a mí me gusta estar aquí.

-Solo será un momento, es todo. No me niegue su compañía señorita.

-Ya no soy señorita.

Y Audrey señalaba su vientre.

-Eso lo sé, pero eres muy joven para decirte “señora”.

-Está bien. Solo un momento y debo volver a casa.

-Por supuesto, no te llevaré a ningún sitio más que a comer.

Llegaron a un lugar conocido como “Las Palmeras”, ya que estaba lleno de ellas y las mesas estaban ubicadas debajo de estas.

-Pide lo que gustes, cariño.

-No me digas cariño…

-Como sea.

Pidieron, extrañamente, hamburguesas. Al parecer era lo que al bebé siempre se le antojaba.

-Pensé que sería algo diferente.

-Ya estamos muy acostumbrados. O Acostumbradas. Esto es raro, no sé cómo decirlo.

-Solo dilo y ya, creo que no es tan importante.

Muchas personas se acercaban a ellos, para desearle suerte a Audrey en el parto y no solo eso, felicitaban momentáneamente “al padre” que le acompañaba, cosa que Audrey debía rechazar a cada frase dictada por los asistentes.

-Vaya situación, no sé qué decir.

-No digas nada. Sabes, es extraño que siempre estés sola y…

Audrey miró a lo lejos a Jacob y su bicicleta llegar al lugar, para entregar un paquete a nombre del dueño del lugar. Jacob miró a Audrey y al inquilino que, ocupaba el asiento. Muy incómodo aquel momento por cierto.

Se acercó a ellos, fingiendo un enojo interno.

-Él es mi esposo. Es Jacob. Y te presento al señor…

-Marín. Antonio Marín para servirle joven amigo.

El hombre se levantó y extendió la mano a Jacob, quien tardó un tanto en responder tras analizar la situación y al hombre.

-Es un gusto conocerlo. Su mujer nos visita regularmente en el restaurante y es un gran cliente. Hoy, decidimos darle un vuelco a la historia de las comidas, pero es imposible. A su bebé les encantan las hamburguesas creo yo.

Sonreía con tanta naturalidad. Así sonreía Jacob cuando pasaba momentos con Audrey, lo cual, tocó profundo en su mente, confundiéndolo un poco más.

-Bueno, creo que debo irme.

-Si amor, nos vemos en casa.

Sí. Con permiso señor…

Deseo olvidar su nombre…

-… Marín…

El hombre sonrió nuevamente. Cínico. Jacob subió a su bicicleta y emprendió su viaje de vuelta a la oficina de correos, sin mirar atrás, una bella escena, que para él, estaba totalmente deformada.

***

Pasó cerca de una vieja cabaña, donde la noche anterior, peleó con Audrey, tras una noche de lluvia. Se sintió avergonzado de todo lo ocurrido y se detuvo algunos momentos a observarla. Luego, lentamente subió a su bicicleta y continuó su camino al hospital.

***

Una tarde, antes de la llegada del bebé, decidieron salir a pasear, sin conocer lo que sucedería la mañana siguiente. Audrey, como siempre, linda y con enorme sonrisa en su rostro. Jacob, incomodado por sucesos que se había guardado en mucho tiempo.

La tormenta comenzó por la tarde, inclusive podía escucharse los golpes que daba el mar, uniéndose a la sinfonía de una tarde destructiva. Los vientos soplaban fuerte y temieron por el bebé.

-Conozco un lugar, vamos a refugiarnos ahí-, comentó Audrey.

Corrieron hacia un pasillo pequeño fuera de la carretera y ahí, sobre la misma, estaba una cabaña. Ambos entraron. No había luz, pero estaba muy bien protegida. De momento pensaron que no aguantaría los fuertes vientos, pero Audrey aseguró que lo haría.

-¿Cómo sabes eso?

-Vengo aquí a pensar por las tardes. Mira.

Le mostró una pared, en la que había pintado a un pequeño niño y al lado una niña y en medio ellos.

-En verdad no sé qué pintar, pero este será un lugar para nosotros para cuando queramos pensar.

-Aquí vienes con Marín, a esconderte por las tardes, mientras yo trabajo, ¿verdad?

-¿De qué estás hablando?

-¿Cuánto tiempo hace Audrey?

Cuando Jacob se molestaba por algo o le incomodaba alguna situación, le llamaba por su nombre y olvidaba que era su Azul.

-¿Cuánto tiempo qué? Me estás asustando.

-¡No! ¡Tú me estás evadiendo y engañando con ese hombre! ¡A parte es mucho mayor que tú y yo juntos!

-Jacob. No sé de qué hablas. Una tarde volviendo del restaurante, hallé este lugar y vengo sola a hablar con nuestro hijo. Nadie más conoce este sitio. Ahora tú, si lo conoces, pero nada más.

-No sé qué pensar o cómo pensar sobre todo lo que está sucediendo y no sé si creerte o no. Desde que aquel hombre está en tu vida, bueno, todo se ha vuelto tan…

-¿Tan qué? ¿Acaso no te esperamos cuando vuelves del trabajo? ¿Has hallado algo que me incrimine?

Le tomó la mano y la apartó de inmediato. Audrey lo hizo con más fuerza y él, cedió aun en su forzosa y delicada posición. La llevó a su vientre.

-Siempre te esperamos. Esto es nuestro. Y por una locura me das ahora la espalda. Por simples celos…

-No sé que pensar.

-No necesitas pensar en absolutamente nada. Solo mírame, profundiza en mis ojos y dime si vez algún cabo extrañado dentro de ellos y si estoy engañándote, entonces apártame de tu vida. Comenzó a quitarse la mojada ropa que llevaba encima y él hizo lo mismo. Con delicadeza, la depositó en el frío suelo de la cabaña y comenzó a besarla. Ella empezó a retorcerse.

-Eres mía.

-Soy solo tuya.

Con cuidado, se acomodó encima de ella y su ya enorme vientre. Hacía tiempo que no sucedía un encuentro como ese y ambos estaban contentos de que sucediera así, de forma espontánea, como aquella primera, segunda, tercera… mil veces. Se desnudaron por completo.

La lluvia fuera amainó sus gritos de deseo y amor, mientras el viento ocultaba también aquel secreto. Una y otra vez la penetraba, con amor, una y otra vez lograba que llegara al éxtasis. Una y otra vez, le repetía que era suya y solo suya. Una y otra vez, ella le repetía que no había nada más. El mar, una y otra vez, golpeaba con fuerza ante su inminente amor.

***

Jacob llegó al hospital. Recordó que pasaron muchas horas acostados en la vieja cabaña. Todo era cierto, nadie sabía de aquel lugar. Había hecho el amor mil veces, millones, toda la noche… Y eso había traído consecuencias al amanecer.

Audrey se levantó junto con Jacob y tomaron un auto para volver a casa, antes del amanecer. Él, tomó su bicicleta al llegar y ella, se recostó, cansada, exhausta, feliz y extasiada en el sofá. Lo besó como nunca lo había hecho y partió a su lugar de trabajo.

Audrey comenzó a sentir un enorme pulso en el vientre y este aumentaba. Era muy fuerte y no podía ya levantarse. Gritó, pero Jacob ya había partido. Un vecino pudo escucharla y entró en la casa, forzando la puerta a caer y asistió a Audrey, llevándola a casa, listos para llamar a una ambulancia.

Audrey ya no sentía amor, ahora todo era dolor.

***

La niña nació sin problema alguno. Audrey tuvo que pasar momentos mayores debido a complicaciones por fiebre. Le preguntaron a Jacob si es que, en algún momento del día anterior se había expuesto a la lluvia.

Tuvo que mentir.

Audrey pasó algunos días más en el hospital. Jacob fue a verla todos los días. Los médicos cuidaron de la niña mientras su madre se recuperaba. Hasta ahora, era todo un misterio el color de sus ojos, pero la piel blanca, como la de su madre, estaba tatuada en cada célula. Audrey preguntaba todos los días por su hija, podía tomarla algunos minutos, aunque después la fiebre se convirtió en gripe y le retiraron las visitas de la pequeña.

Jacob, le veía cada tarde y le llevaba algunos juguetes. La cargaba cada momento. Una enfermera se acercó para asistirlo y llevar a la pequeña a su cunero. Antes de eso, el misterio sería revelado, porque lentamente, tras 7 días, la pequeña empezaba a abrir sus ojos.

-Tardo mucho.

-A veces sucede, pero, es momento de que la admire.

Jacob, expectante, se quedó a mirar los ojos de su pequeña.

La enfermera sonrió de forma cínica y le pasó nuevamente la pequeña a su padre.

-Su “hija” señor, amigo mío, tiene ojos cafés, justo como tú. Lástima.

El mundo de Jacob se oscureció y recordó su viaje y esfuerzo días atrás pero en especial, su llegada al hospital.

***

Detuvo la bicicleta. Un amigo le había anunciado que su mujer estaba ya en labor de parto y no dudó en olvidar cada una de sus actividades para ir con Audrey. Descendió por pendientes, ascendió algunas, encontró a Soledad, quien estaba corriendo como matutinamente la hallaba antes de ir al hospital, y en esta ocasión, ya le habían informado del parto de Audrey; estaría ahí y al ver a Jacob descender, fue detrás a la velocidad que pudo. No volteó a ver al señor Marín en el restaurante, quien solo quería saber cómo se encontraba Audrey y quería desearle suerte. En fin, ver a Jacob por aquel rumbo señalaba la llegada del bebé. Pasó por la vieja cabaña, donde horas antes, amó a su mujer, mil veces, pero también le hizo daño. Recordó el dibujo en la pared. Maniobró otros metros más y llegó al hospital.

Pasó tiempo fuera, detenido por una fuerza inexplicable, enojo, dudas y amor. Llegó Soledad y lo miró sentado y cabizbajo.

-Amigo mío. Todo va a estar bien. O eso creo.

Tomó su mano y él la miró.

No ocultaron absolutamente nada y Soledad, antes de ingresar al hospital, le prestó un segundo sus labios, para que sintiera algo diferente.

Antes de retirarlos, en la confusión de aquel chico, solo pudo decirle.

-Camina y ve a hacer lo que debes, yo estaré a tu lado siempre. Amigo mío.

Soledad ingresó al hospital y Jacob, acomodando su bicicleta, esperaba lo mejor para… él.


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