El Redactor de la Muerte: Capítulo VII

Tras los sucesos de los días anteriores, todo volvía en cierta forma, a una normalidad que asustaba. Rostros de personas que sonreían y que, entre bromas, asomaban todos y cada uno de los sentimientos de alegría y congratulación. Excepto mi rostro y el de los oficiales que presenciamos todo aquel teatro fúnebre.
Durante el viaje, mi estancia fue lo más simple y sigilosa posible. Salía de la habitación solo para desayunar, comer o cenar, más las necesidades corporales que todo humano tiene. No crucé palabra nuevamente con los oficiales. No volví al cuarto de máquinas.
Solo veía por la mirilla del barco al cauteloso y tranquilo océano que nos abría sus aguas para navegarle y descubrirlo. Eso era todo.
Amanecer, atardecer, anochecer. Despertar, deambular, dormir. Todo en ese orden. Pasaron algunos días, supongo tres o cuatro, después de los dos en los que tuvimos el incidente, cuando al fin, el sonido que aguardaba escuchar en este eterno lapso apesadumbrado, se asomó a mis oídos con toda esperanza posible.
“¡Tierra a la vista!”
Gritó algún gracioso claro; las tripulaciones del nuevo mundo no se comportaban como los bárbaros vikingos de la antigüedad. Me asomé por la mirilla y en efecto, ahí estaba. Comencé a visualizar un gran y enorme puerto como jamás pude ver. Tomé mis cosas para salir. Oh si, ahora lo recuerdo.
Escribí también una carta que la entregaría justo al descender del barco a la oficina de correos más cercana, para hacerla llegar a mi esposa Ming. La tomé como prioridad sin soltarla de mi mano derecha.
Al salir, la multitud ya se había congregado en los pasillos externos y había sacado sus pañoletas blancas, ondeándolas al ritmo de los que se hallaban debajo de nosotros, en el enorme puerto. Era una sincronía tal, que asustaba, por el hecho de saber lo simple que es comunicarte aunque estés en otro continente.
Descendimos uno a uno. Los oficiales me miraron antes de descender por la escalinata de madera. El oficial en jefe, asintió al verme pasar e hizo el saludo militar, el cual le respondí con todo respeto. Pasaron algunos segundos y continué descendiendo, en busca de algún indicio de la persona que debía recogerme o verle.
No fue difícil hallarlo, independientemente del cartel que tenía con mi nombre, debido a el porte, estatura y forma de aquella figura que me aguardaba. Si fuese un cobarde, hubiese corrido ante el menor movimiento de aquella persona.
Era un hombre alto, de una tez morena cálida, un color perfecto a sus ojos color miel; una prominente y oscura barba. Su característico turbante blanco, que cubría su cabello, o tal vez, su calvicie. Un hombre más alto que yo, de manos enormes, casi del tamaño de un melón. Portaba un uniforme de armas color azul, como si fuese un militar. Al acercarme, tuvo que mirar hacia abajo. -Sseñorr… ¿BBrrave?
Musitante su pronunciación y con el acento de un hindú. Tal vez, no llevaba el tiempo suficiente para decir algunas palabras en idioma o lengua inglesa y, estaba aun acostumbrado a su asiática pronunciación.
-Es correcto señor…
-Madhi. Hasim Madhi, para servirle a usted. Soy el encargado del hogar de mi amo, el señor...
-¿Amo de llaves imagino?
-Sí. Por favor, continuemos. Partiremos en el siguiente barco hacia Francia, este no tarda en zarpar.
-Pero, tengo apetito. No he desayunado y me gustaría invitarle algo de comer y, mientras, puede darme detalles de los sucesos en la…
Volteó rápidamente y de la misma forma, levantó la enorme mano derecha, la cual tenía muchos anillos con pendientes en cada dedo, y la abrió, símbolo de detener mi habla.
-Aquí no conversamos. Aquí no es seguro. Hablamos en casa. Si comer gusta, vamos, conozco lugares.
Eran tan solo las 12 del día y Londres era toda una capital en pleno movimiento. Avanzamos entre los lugareños, que me miraban más a mí, que al extraño con el que venía. Tal vez, la realeza y la gente de Londres, estaba acostumbrada a tipos como él.
-Vamos a entrar aquí. Venden comida buena. Pase usted. Lo espero fuera.
-¿Fuera? Pero si…
-Yo espero. Coma usted.
Y abrió la puerta. Ingresé un tanto extrañado por los modales de aquel ser extravagante y al ingresar, pude ver un enorme anunció donde decía que la entrada era solo para londinenses, mientas los esclavos deberían quedarse fuera. Algo me decía que el señor Madhi ya había visitado el lugar con su amo.
Tome una silla y me aparté de todos, hasta llegar a la esquina del lugar, donde estaba una pequeña mesa. Así podía ver en la ventana y observar si es que el señor Madhi no se alejaba. Tan fiel a su amo, se hallaba parado en la puerta del lugar.
-¿Puedo ayudarle?
-Sí señor. La carta.
-¿Americano?
-Sí. Vengo por cuestiones de trabajo.
Extendió su mano. Era un hombre blanco, de cabello negro y muy bien peinado. Al tomar su mano, la sacudió en un gran saludo, repetidas veces.
-Hermano de sangre, tan cerca y tan lejos. Voy a darle a proba runa cerveza muy buena que hacemos por acá. He escuchado que por allá carecen de todo ese tipo de sabores. Y voy a traerle un especial de la casa, no tiene nada que ver con lo que ustedes acostumbran a comer allá. No tardó. No pude decirle lo que quería para comer, pero esperaba fuese bueno.
La sociedad londinense era muy distinta a la americana. Acostumbrado a ver autos circular, algunas peleas en ciertos barrios, la gente de color, maltratada por la gente blanca.
Acá, todo transcurría normal, excepto en ciertos sitios como en el que me encuentro. Pero al parecer, todo iba mejorando conforme avanzaba el tiempo y la civilización. Pensé en mi amada Ming y lo que debería estar haciendo en esos momentos.
En mi mente dibujé sus ojos, su cabello, su sonrisa, esa tersa piel del rostro, su cuello, sus hombros, sus pechos. Ahora sus brazos, su abdomen, su entrepierna, las piernas y sus pies. Mi mente se estremecía de amor con tan solo recordarla. Me bastaba su sonrisa, pero también me era necesario recordarla enteramente ella.
Mi cuidador, el señor Madhi, no se movía de su sitio. Personaje más fiel a su amo jamás conocería uno igual.
Al volver, una tarro de cerveza tipo Ale me fue servida, junto con un enorme corte de carne roja. -Que la disfrute hermano. Si algo necesita, solo dígamelo. Mi nombre es Frank. Por cierto, ¿qué le trae al Reino Unido?
Tomé un pequeño corte de la carne y bebí algo de cerveza antes de responder. -Motivos de trabajo. Me dirijo a Polonia.
Abrió sus empequeñecidos ojos debido al sol, algo asombrado por decirle mi posición laboral.
-¡Polonia! Sitio peligroso dicen. Hay mucho loco de ese lado de nuestra amada Europa. Aquí todos intentamos ser pacíficos. Excepto el dueño de este lugar, es un alemán muy prejuicioso ya sabe. Mi esposa es africana y no puedo traerla aquí, ya sabe. Bueno, tal vez no sabe cómo están las cosas de este lado.
-Me acostumbraré. Espero en verdad terminar mi tarea rápido. A mí me espera mi esposa en América. Ella es de China. Así que no somos muy diferentes usted y yo.
Frank sonrió.
-Es usted un personaje divertido. Ya mucha gente no viene aquí. Eso de la esclavitud se ha vuelto un tanto…
Miró atento hacia la ventana y pudo observar a Madhi, parado, inmóvil en la puerta de acceso.
-¿Eso es suyo?
-No. Y no me gustaría tener uno. La gente debe disfrutar su libertad. Él, me acompaña de momento, es el contacto de mi empleador. Digamos que no me gusta que se comporte de forma tan fría, pero me ha traído a este sitio. Tal vez, ha venido aquí con su…
-Dígalo como es. Amo.
-Amo, exacto.
Corte más trozos de carne y, a pesar de ser un día movilizado en las calles de Londres, el lugar no tenía tanta concurrencia.
-Dicen que América es una tierra de grandes oportunidades. ¿Es cierto?
-Lo es. Mi familia es de este continente y yo crecí ya como americano y créame, hay mucho por hacer del otro lado. Nuevas culturas que descubrir y debajo de nuestro territorio, hay cosas aun más interesantes.
Frank sonrió.
-A mí me encantaría ir por allá. Algún día espero eso suceda, mientras debo trabajar aquí y ganar algo de dinero para viajar en esos enormes barcos, llevar a mi esposa y darle una mejor vida. Tener un hijo. Que ese niño crezca y sea un gran músico. Lo más probable es que, sea un niño de color, así como su madre. Que sea talentoso, como yo su padre, no pude serlo. Ya sabe familia humilde. Y le pondré Frank. Sí, eso sueño con hacer.
-¿Por qué no quedarse?
-Son sitios peligrosos. Europa está en crisis señor. Aquí no hay fronteras, pero, últimamente, eso ha cambiado. Ya la gente no quiere tener que lidiar con gentes de otros lados. Impone mucho la raza y la religión. Son tiempos difíciles sabe. No quiero que mi familia pase por ello. Ni mi esposa ni mi pequeño Frank.
-¿Y cómo sabes que será un varón?
-Lo intuyo.
Tomé algo de dinero de mi bolso.
-Toma Frank. Son 100 dólares. Te servirán más a mí que a ti. El viaje cuesta tan solo 10 o 15 dólares a lo mucho. Con el resto, puedes sobrevivir allá y adquirir al menos una casa y luego un trabajo para mantener a tu familia.
Frank me miró expectante, al borde de un colapso que, tristemente terminó en llanto. Me tomó las manos con sus manos y nuevamente las sacudió constantemente, esto, mientras lloraba y me agradecía.
-Se lo pagaré señor. Ni siquiera lo conozco y usted…
-Nada de nada. Lo veo en tus ojos. Esa señal de esperanza que yo tenía cuando era joven y la sigo teniendo. Tienes unos, 20, 22 años.
-20 años señor.
-20 años y un futuro por delante. Ve y haz lo que debas hacer. Sal de este sitio, busca tus sueños y recoge a tu esposa y salgan en el próximo barco.
El joven me hizo caso y fue corriendo a la cocina. No tardó en salir y entregarme un papel con la dirección de su hogar.
-Ahora yo le invito esta noche a cenar, antes de que partamos a nuestro sueño.
-Lo siento Frank, debo partir en unos momentos más, pero… si me da tiempo con gusto iré a visitarlos.
El dueño del lugar, un fornido y grande alemán, justo como Frank había señalado, se acercó a nosotros.
-¡Amerricano! ¡Le ha dado monedas a este joven barrrato!
-En efecto. Es su propina por el buen trato que me ha dado…
Golpeó la mesa, haciendo saltar mi comida y el tarro de cerveza, el cual cayó al suelo quebrándose por completo. Frank salió del lugar, no sin antes despedirse de mi con su mano derecha y aguardó fuera del lugar.
-¡Aquí no damos propinas a los desvencijados y desvalidos! ¡Son serrres débiles! ¡Larrrgo de aquí y no vuelva americano idiota!
-No se atreva a hablarme de esa forma.
Bueno, no tardé mucho para ser arrojado por la puerta de entrada, mientras Madhi, observaba todo el espectáculo. El alemán cerró la puerta de un solo golpe, rompiendo algunos vidrios que engalanaban a la misma.
Miré a Madhi algo sorprendido y al lado, al joven Frank.
-Le gusta hacer amigos. Americano estúpido. ¿Y este niño quién es?
-Se llama Frank y nos ha invitado a pasar la noche con él.
-Imposible. Debemos partir a la brevedad posible en el barco que nos aguarda en el otro puerto. No debemos perder tiempo, aun debemos tomar un coche que nos lleve hasta Polonia. Ahí lo esperan mis amos.
Frank miró a ambos.
-Bien, comprendo. Gracias señor…
-Nunca te dije mi nombre, soy el señor Brave.
-Señor Brave. Jamás olvidaré esto. Si me necesita, ya tiene papel y lápiz.
-Por cierto… Frank. ¿Dé donde eres?
-Soy inglés. Pero soy judío. Aquí, ninguno de esos blancos nos quiere. Trabajé aquí por lástima, durante mucho tiempo. Bueno, digamos que soy y no soy judío. Es algo complicado. Me traté de levantar, con la ayuda de Madhi.
-Bien. Ve con tu esposa y cumple tus sueños. La libertad es lo más importante.
Frank se alejó por la acera, hasta dar vuelta a la derecha en la siguiente esquina de la calle. Miré a Madhi y nos pusimos en marcha hacia el otro puerto de Londres, uno que conducía hacia Irlanda. -Ese tipo lanza fuerte. Yo más fuerte. Pero soy esclavo. No puedo, no debo lanzar fuerte a nadie. A menos que me digan que lo haga, lo hago.
-Eres muy grande como para seguir órdenes, pero si, en verdad el tipo lanza muy fuerte. Pero vamos, avancemos y olvidemos esto. Ya no tengo apetito, lo olvidaré por un rato muy grande. Avanzamos hasta un lugar donde pedí la renta de un coche que nos llevara a donde el puerto. En el camino Madhi no decía una sola palabra, tal vez, le tenían prohibido hablar y, como buen mozo, no lo haría. Yo me remití a observar a la concurrencia londinense. Tardaríamos al menos un par de horas en llegar al puerto, pero eso no importaba.
Pensaba en mi esposa. En el chico Frank. En Madhi. En mi trabajo. Pero me concentraba en mi desaparecido empleador y que, tal vez habría más misterios de los que yo podía visualizar de momento.
No tardé mucho en volver a ver a Frank y, no sería la última vez que tendría noticias tanto de él… como de su familia.