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Profundo Azul, como el Mal


Las cosas se habían salido totalmente de control y advertía cosas peores el padre de Audrey. El piso, ahora tapizado de miles de papeles, cuadernos, plumas y todo aquello que pudiese organizar un desastre; era un símbolo apto para señalar la desesperación.

Y es que, hacía momentos, supo que su hija había escapado con destino a “solo ella sabe dónde”, con “quien sabe quién”, pero lo que si tenía claro era que el dinero era tanto de ella como suyo. Llamó a los consultores bancarios y le comentaron que ambas cuentas no se encontraban del todo vacías, aunque si con fondos bajos. Ambas, propiedad de Audrey, cuentas con las que estudiaría la universidad y pagaría sus viajes de ida y vuelta al inicio o término de su periodo escolar mensual.

El padre en su oficina buscando un motivo o razón, gritándole a cualquiera de sus sirvientes para buscar en ellos, respuesta o auxilio.

Su madre, en contraste, tirada en el suelo de su enorme habitación, observando el cuadro de una sonrisa falsa proveniente de un ser “amado”. Una fotografía no siempre muestra el lado más “claro” de una persona. Tal vez no atrapa su alma, cuando así ella no lo quiere. En esta ocasión, aquella fotografía, era un falso retrato de lo que ella no consideraba su hija, sino una prisionera de vida.

Lloraba, si, como toda madre que es abandonada por sus hijos o hijas mayores; ante todo, su llanto no era de duelo completo, había un espacio muy leve de buenos deseos y otro, de una esperanza que se lanza al aire, así como de un cariñoso abrazo que solo una madre puede enviar. Polos totalmente opuestos. El opresor y el símbolo de una mujer “libre”. Resolviendo el problema cada quien por su flanco. Así se han perdido las guerras y esta, es una que jamás ganarían. Para todo el teatro montado por su padre, Audrey ya se encontraba lo suficientemente lejos de ellos, en “quien sabe dónde”, “en quien sabe qué hora”.

Audrey descendía del autobús, conectando sus pensamientos con la imagen viva del coraje de su padre, los gritos para llamar a todos aquellos que trabajan para él; esto en el primer día. Su madre, más calmada, se haría a la idea de la libertad de su hija. Para el segundo día, comenzaría a realizar toda una campaña de búsqueda, hasta donde le alcanzara. Su madre nuevamente, pensando en la liberación. Para el tercer día, una campaña masiva de búsqueda para devolverla a su hogar: oficiales de policía, perros, carteles, helicópteros, tanques de guerra si se podía. Ante todo aquel despliegue de seguridad, ella tenía un plan para calmar las cosas y así, finalizar con todo aquello que su padre intentase realizar para llevarla de vuelta a casa.

Avanzó algunos pasos hasta la primer caseta telefónica y con pocas monedas que tenía de cambio las insertó para hablar un tiempo relativo y así, dejar saber a su padre el plan. No pasó del primer tono cuando su padre descolgó la bocina.

-¿Audrey, hija?

-Vaya, eres todo un adivino. Primero, no tengo mucho tiempo para hablar contigo, quiero hablar más con mamá pero voy a dejar en claro algunos puntos y no puedes obligarme a nada o iré con las autoridades a acusarte de acoso. Padre, soy una mujer de 20 años con toda la libertad del mundo. Segundo, no quiero que me busques, he decidido hacer mi vida. Tercero, la haré sola, no tengo ningún hombre a mi lado, estoy sola. Cuatro, tras mi corto viaje, me iré después al extranjero. Te estaré llamando conforme avancen los días. Cuando ya no lo haga, no te preocupes, me encontraré bien y escribiré cartas. Así que por favor, no ruegues ni hagas nada, o te demandaré y entonces estaremos peor aún. Quiero hablar con mamá y creo, si has entendido mis puntos, no intentarás nada a partir de hoy.

Del otro lado, su padre, en total silencio y como si fuese un robot, extendió la bocina a su esposa, mientras robótica e impulsivamente decía: -…Quiere hablar contigo…

Su madre sin temor alguno, tomó la bocina de manos de su marido; no sin antes, lanzarle una mirada de “te dije que algún día te abandonaría (mos)”.

-Hola hija, ¿todo bien?

-Si mamá. He dejado ya con mi “padre” mis cláusulas. Estoy y me encuentro bien. Estoy sola, sé cuidarme y en cuanto termine este viaje, me iré a Europa. Les escribiré en cuanto llegue allá ¿está bien? No me queda ya mucho tiempo, quiero decirte que te quiero y también espero que pronto tomes la decisión de libertad, es mucho mejor. Tengo algo de temor, pero sé que puedo con todo. Estuve con papá tantos años, ahora puedo hacer las cosas mucho mejor.

Con llanto en sus ojos, nuevamente no por miedo ni mucho menos por extrañarla, sino de coraje y resolución, se despidió sollozante de su hija:

-…Lo sé cariño y también te quiero…

El dial de punto espacio sonaba en la bocina de ambos sitios. Prosiguió una mirada a la bocina y tras esto, ambas manos colocaron aquel dispositivo en el lugar del aparato telefónico, no sin antes, tocarlo algunos momentos, como una señal de unión a través del tiempo y el espacio. Un suspiro al final y el adiós definitivo.

El padre en silencio. El espacio enorme a recorrer de Audrey. Todo un nuevo vacío por llenar. Tomó sus maletas y se dirigió a la playa, lista para quitarse el estrés. Preguntó por un hotel cercano a la playa y le indicaron uno de tres estrellas, no estaba para lujos. Tenía el capital, pero aun el sueño de viajar a Europa y terminar sus estudios estaba ahí. Pidió un taxi para llevarla al lugar indicado y la dejó en la entrada.

Previo a llegar a la recepción, miró el lugar. Nada desagradable entonces y era, un poco mejor que lo acostumbrado por su padre quien, nunca les dio espacio para admirar y conocer. “Suban a la habitación yo las alcanzo. Quédense en la habitación hasta que vuelva. Vamos juntos a donde yo diga… vamos aquí o allá. No, ahora no hay tiempo de visitar. De noche no salen porque he vuelto para estar con ustedes. Audrey, no puedes ir sin que alguien vaya contigo…”

El aire podía respirarlo y se sentía tan bien. La persona de recepción la miró algo estupefacto. Era “casi” una mujer, o en este caso, aun la veía como una niña. Estuvo a punto de llamar a seguridad cuando Audrey le mostró identificación y una tarjeta de crédito.

-Disculpe señorita, en un momento le atendemos.

-Muy amable, gracias.

Miró por todas partes. Gente que iba y venía. Familias completas viajando juntos. Tuvo todo, pero nunca libertad.

El encargado no tardó en volver con la llave para una habitación normal.

-Imagino que viene sola.

-No imagine, es así. Estaré algunos días solamente, vacacionando, debo volver a Londres con mi familia. O tal vez lo cambie por Paris. O Berlín. O Madrid. O Praga. Inclusive por… El Tíbet. ¿Qué se yo?

-Aquí está su llave. Tenemos servicio a la habitación si gusta. Al fondo hay guías turísticas por si requiere de ayuda. En la parte de atrás tenemos un comedor y buffet por si… -Gracias, de momento saldré a la playa, muy amables sus consejos. Se retiró hacia su habitación sin pedir ayuda al botones. Estaba cansada de recibir ayuda y de que todos le dijeran que hacer.

Subió cuatro pisos hasta hallar su habitación. Saludo a sus temporales vecinos, una pequeña familia de tan solo tres miembros e ingresó a su habitación. Arrojó la maleta a su lecho temporal y la abrió para sacar su traje de baño. Se desvistió velozmente y se puso el traje con la misma rapidez. Observó su cuerpo y sus ojos, como nunca antes lo había hecho frente al espejo. Quedó igualmente enamorada de sí misma por la profundidad de aquellos ojos azules, color mar, color libertad, color mundo, color extensión, color libertad.

Miró después su cuerpo de mujer. Sus pequeños pero bien entornados pechos. Su abdomen libre de grasas. Sus entornadas piernas. La juventud era totalmente radiante en ella. Se cubría sus ojos con su rubio cabello y jugueteaba frente al espejo, sonriendo por primera vez.

Salió al encuentro del mar, con un sombrero adornado con una flor blanca, su top azul, que combinaba con sus ojos, una toalla amarrada en la cintura de color blanca, que ayudaba a cubrir el secreto de un sensual bikini azul y unas sandalias blancas. Saludó al encargado y a la vez se despedía de él; mientras que el pobre hombre no supo qué decirle a aquella figura bella. La vio alejarse por la puerta, como si un ángel hubiese atravesado el sitio y solo él la hubiera podido ver. Audrey atravesó la calle. Dio algunas vueltas entre otras más y al final, comenzó a sentir el rasposo pero inconfundible sentimiento de caminar sobre arena. Avanzó aún más veloz hacia el mar, estaba muy cerca de su objetivo.

Vio jóvenes de su edad, de tantos y distintos colores, posición social y raza. Todos libres y felices de pasarla tan bien en una tarde y sitio como aquel. Pero no quería hablar con nadie, así que sin temor fue acercándose al mar.

Dejó su toalla en un lugar seguro, lejos de las olas del mar y corrió hacia él, para al fin sentir su abrazo.

El primer contacto fue cálido. Comenzó a sentirlo aún mayor. La libertad se sentía muy bien ahora. La arena aun la acompañaba en sus pasos. Aunque de pronto, y sin darse cuenta, dejo de sentirla, teniendo entonces que requerir del impulso de sus pies para mantenerse a flote. Se mojó el cabello y al fin pudo sentir la entera libertad. Ella, seguía avanzando, lejos de todos. Sus ojos se fundían con el mar. Su cuerpo era propiedad de cada gota del extenso azul marítimo. Le pertenecía y así lo tomó sin preguntar.

Una inesperada ola cayó encima de ella, haciéndola descender. Con fuerza intentó nuevamente el ascenso hacia la superficie conocida por sus pulmones. El mar no se lo permitiría nuevamente. Otra ola golpeo fuertemente la cabeza de Audrey y la envió nuevamente hacia abajo. Ahora sería parte del mar y eso la aterraba. No existía libertad ni en la naturaleza. Intentó gritar. El mar le ahogaba cada auxilio. Un golpe más, este con mayor fuerza y la hundió aún más. Sin desesperarse, nadó hacia atrás, pero era imposible, el mar le seguía. Le abrazó, le pertenecía, la hacía suya. En el ir y venir, perdió la parte superior de su bikini. En su mente pasaron tantas cosas y que esta sería la última vez que estaría con vida. Dejó de luchar entonces y al igual que sus ojos, abiertos ahora por una extraña razón, divisó el mar, el cual se iba apagando lentamente, tornándose grisáceo y oscuro.

Antes de caer sin sentido, sintió un último abrazo, fuerte y a la vez leve debido a su estado. Un brazo fuerte que la impulsaba hacia arriba en contra de su voluntad. Sintió también que avanzaba, ya sin sentir la fuerza del mar.

TRAS LA TEMPESTAD…

Debajo de una enorme palmera, cubierta con una playera blanca en la parte de arriba, Audrey empezaba a retomar el conocimiento.

Contra su voluntad, o gracias a alguien, continuaba en este mundo. Amenos que su cielo o infierno, tuvieran palmeras enormes cubriendo el sol de la playa. Intentó levantarse y un chico de piel morena la detuvo. Sin necesidad de tocarla, entendió el gesto.

Se percató que no tenía su bikini de la parte superior y cubrió sus pechos con la playera blanca. Asustada, le lanzó una bofetada al chico, que la recibió sin poder retirar el rostro. O tal vez, no quería.

Sollozó. No sabía que sentir. El joven, acariciando la piel que comenzaba a tornarse roja en su rostro dijo:

-… De nada. Casi te ahogas y así me lo pagas. Y no tengo la culpa de haberte visto desnuda. Es más, ni quería. De haber sabido que así me ibas a tratar, pues mejor ni te salvo. No supo que decir.

-… Lo siento es que… pensé que tú…

-Ni pensarlo señorita. Seré muy humilde pero jamás salvaje. Y la traje hasta acá porque qué tal si la veía medio mundo. Así que preferí que eso no sucediera. Si ya se encuentra mejor y no me necesita, ya me voy. No ande entrando tanto al mar, anda bravo y está molesto. Solo Dios sabe qué trae. Tal vez, y no sé, me figura que está enojado por su bello color de ojos. La naturaleza no puede otorgarnos cosa tan bonita sin pagar algo. O algo malo hizo usted para que se haya molestado con usted. Pero eso sabrá usted y no me quiero meter en su vida, así que, ahí se ve. Cuando el joven se volteó, rápidamente se puso la playera blanca para que nadie viera nuevamente su desnudez superior.

-¡Oye!

Le señaló la playera.

-Te veo aquí mañana para devolvértela, ¿sí?

-Quédesela. A mí me gusta andar sin playeras. Además, luego me regalan otra por acá. Su bikini estaba bonito y pues puede comprarse uno mañana y yo no.

Aún seguía sobándose la mejilla derecha y se ponía cada vez más roja.

-Quédesela como recuerdo de jamás entrar tanto al mar y de un servidor que tuvo el valor de salvarla sin verla con morbo o con provecho. A mí me educaron bien señorita, que tenga buena tarde.

-¡Oye! Pero yo no te di nada a cambio.

-A que si me lo dio.

Y señaló una enrojecida y dolorida mejilla derecha.

La chica se sonrojó y corrió nuevamente hacia él. Le tomó de la mano. El joven sintió algo totalmente extraño. Algo que recorría su cuerpo de arriba hacia abajo. Un ir y venir extraño. Intentó tragar saliva o pensar en otra cosa, a ver si se iba. En eso, sin querer presionó levemente la mano de la joven.

Audrey, en tantos años de conocer a tantos chicos con los que salía a escondidas, sintió aquel apretón sincero y a la vez temeroso de un desconocido y a la vez, su salvador. Ascendió su mano derecha hacia el rostro del joven y este alejó el rostro.

-No, espera… No te haré daño. Es que…

-Si, se sacó de onda ya sé, y el mundo está para confiar en nadie y pues así está la cosa con usted. Además, esta bien bonita y se tiene que cuidar de cualquier malandro que la ande viendo feo. Pero preferí verla sin ropa a que se ahogara. La naturaleza a veces no es sabia. Y luego bola de miedosos, todos viendo y nadie la ayudaba.

La chica comenzó a dar leves masajes en la mejilla del chico, enrojecida y muy dolorida ya, que con cualquier paso de su mano, aumentaba el dolor.

-Ahora mi mamá va a creer que anduve haciendo locuras y una mujer me cacheteo. Ella sonrió y abrió sus ojos.

-Ve lo que le digo. Esa sonrisa y esos ojotes pues, como no se va a enojar la madre naturaleza. Diosito a veces se equivoca mandando a los ángeles y con usted se pasó. Impulsada a besarlo, porque no había sentido todo aquello y tampoco nadie le había sido tan sincero. Cerró los ojos y elevó sus labios en busca de una respuesta.

El joven asustado, le tomó la mano y con un leve empujoncito, la separó de él. -Ay señorita, ni es para tanto pues. Me llamo Jacob, vendo cocos y pues con su permiso, yo me voy que el changarro espera y hay que comer de eso.

Le soltó la mano y ella comenzó a sentir una soledad tierna y a la vez cruel. Algo que jamás había sentido.

El joven también la sintió, aunque era más su apuración por retirarse de aquel sitio. Ella era muy bonita para él, igual y de una mejor posición económica; hasta tenía un novio guapo y extranjero con dinero; mientras él, un pobre joven que vive de vender cocos para alimentar a sus ancianos padres.

-¡Jacob!

El joven se detuvo y volteó a verla, por última vez, o eso quería pensar su mente, pero el corazón le decía que no.

-¡Soy Audrey!

Él sonrió y escapó por la enorme extensión de playa y arena. La cual estaba muy caliente porque comenzó a brincar.

No sabía que decir o sentir. Estaba confundida. Pero por primera vez, le interesaba a alguien. Se sentó a la sombra de la enorme palmera, a descansar un poco tras aquel problema en el que estuvo inmersa. Pensó tantas cosas y podía sentir algo extraño por ese joven. No era muy bien parecido al menos era sincero.

Dicen que todo se devuelve en esta vida. No sabía si quería ser salvada o no, si algo más adelante le esperaba. Pero su bikini, por extraño que parezca, el mar se lo devolvió. Fue a recogerlo, mientras miraba la extensión de aquel azul, con sus ojos del mismo color, fundiéndose en uno. Pudo ver y transmitir así, el mensaje de un mar calmado: “Lo siento, no fue mi intención”.

Pensó un momento más en Jacob y que volvería al día siguiente a buscarlo, hasta hallarlo y darle las gracias como se debe.


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