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El Redactor de la Muerte: Capitulo V


Sin pensar en ninguna otra cosa, salí de la habitación corriendo. Pensé en verdad, que aquella criatura continuaba arrastrándose detrás de mí y que al dar la vuelta, le hallaría aun reptando por clemencia.

Pero solo fue mi mente, metiendo imágenes a todo mi ser, porque al dar la vuelta y descender a la zona de máquinas del navío, nada me seguía, excepto un síntoma de horror que recorría lo más profundo de mi ser. Calmado, e intentando suspirar, me di cuenta que me hallaba muy lejos de una civilización. Ver aquel sitio, me hizo pensar que esto, era como el infierno.

Algunos hombres revisaban la presión del barco, uno de los menores trabajos. Otros, mantenían vivas las calderas. Algunos cargaban pesados bultos de carbón y algunos otros, jalaban enormes palancas.

La misma tecnología había transportado a estos hombres a maniobrar una máquina con sus manos, pedazos de fierro, cuando años atrás, con sus enormes brazos movían enormes embarcaciones. Ahora, peones de una enorme maquinaria. Viéndolo desde un punto de vista extremo, la maquinaria mueve los hilos de cada uno de estos hombres para mantenerla viva y a flote. La industrialización, es entonces, el monstruoso ser que nos ha esclavizado a ellas. Y díganme si no es verdad lo que les digo mis queridos lectores, ustedes que ya han avanzado más en el tiempo. Los observo y cada día esta aseveración me queda aún más clara.

Al avanzar para hallar otra salida, un hombre fornido y con un puro en la boca, retorció la misma y frunciendo el ceño me empujó hacia atrás.

-¡Débil hombre pasajero, salga de mi vista y no estorbe!

Sin poder articular palabra de momento y tranquilizando todos los sentimientos en los que me desenvolvía, guardé la calma y pregunté:

-¿Conoce usted una salida?

-La tiene detrás de usted. ¿Qué es lo que hace usted aquí?

Un joven, aprendiz imagino, ya que era muy débil con respecto a los demás hombres, se acercó preguntando por alguien a quien, llevaban tiempo buscando.

-¿Señor? ¿Disculpe, señor? Seguimos sin encontrar a “moustache”.

Aquel hombre no sabía con qué lidiar primero y también yo. Ambos miramos al joven. Él, lo miró con desdén y pensaba en arrojarlo al horno los siguientes minutos.

Yo pensaba en interrogarlo, ya que mi pronunciación con respecto al nombre, se me hizo similar al dicho por nuestro personaje en cuestión “Mostax”.

-¡Pues búscalo, este barco debe mantenerse a flote con todos y todas las…!

-Disculpe señor, o joven. ¿Hace cuánto que ese señor, al que ustedes llaman “moustache”, desapareció?

Ambos se miraban. El fornido hombre esperaba que el más delgado respondiera y así lo hizo.

-En verdad, tiene bastante tiempo que desapareció, serán unas 6 horas o más. Se supone que iba a enseñarme cómo manejar la maquinaria de presión. Verá, aquí nos turnamos para el trabajo, que es muy pesado como verá usted señor y…

-¡Basta de una vez! ¡¿Qué quiere?!

-Señor-, me armé de valor ante esta situación,- me es importante comentarle acerca de su “hombre desaparecido” y disculpe no llamarlo como se debe, mi pronunciación es pésima, soy americano. Requiero de su joven amigo para que me ayude, creo saber en dónde se encuentra aquella persona. Nos observó a ambos, buscando a quien golpearía primero. Podía verse el estrés tras arduo trabajo, o su enojo por no contar con todo su personal.

-Tienen… veinte minutos… ¡Solo veinte y ya están corriendo!

-Gracias señor. Joven amigo, necesito que me acompañe.

Mientras el joven me contaba que aquel hombre conocido como “moustache”, que llevaba por nombre Sebastian Larouche, me debatía con cuerpo y mente sobre lo que estaba por mostrarle al joven. Si la impresión de aquel cadáver me marcó por completo, imaginen si a este joven no le ocurriría algo parecido o peor. Tuve que hacerle una pregunta para no llevarlo hasta la habitación y con ello, generar un pánico colectivo.

-Me imagino amigo, que le dicen “moustache”, debido a…

-Un bigote pronunciado. Y no solo eso. Tiene un tatuaje de un pirata en el brazo derecho, es algo discreto y si, el pirata también tiene un enorme bigote. Y si, es francés y ya tiene bastante tiempo trabajando con nosotros.

-Dígame una cosa joven amigo. ¿Desaparece a menudo en los viajes?

-Yo acabo de hacer mi segundo viaje. En el anterior, que fue de Londres hacia América, pues si, estuvo desparecido bastante tiempo. Es muy bueno en su trabajo, es por eso que el señor Mathieu no lo ha corrido o mandado a la horca. Pero en este viaje él iba a enseñarme los procedimientos a seguir con la presión en el barco y es hora que hay dos personas inútiles ahí abajo, lo cual pone al señor Mathieu muy tenso. Ustedes dependen de nosotros para llegar a tiempo a sus destinos.

-¿Cree que pueda hablar con Mathieu? Es importante.

-No lo sé. Cambiaré mi posición, aunque como lo ve, se le halla muy molesto. ¿Hay algo extraño ocurriendo esta vez?

La pregunta me cayó de peso, ya que en ningún momento intuí que la hiciera.

-Pues… En realidad… ¿Hay algo que quieras contarme del viaje anterior?

-Al ascender a este barco, hubo algunas personas que comentaban acerca de sucesos extraños en el viaje. Personas que no estaban en el barco. Revisaban los listados y no los encontraban. No se les dio gran importancia porque, si no mal escuché, era gente que viajaba sola y en busca de aventuras por así decirlo. No estoy diciendo que “moustache” lo haya hecho, pero muchos le tienen respeto por eso. Cuenta historias bastante extrañas a veces y en ocasiones, como ahora, desaparece por momentos.

-Gracias por tu información. Hablaré con el señor Mathieu y so lo veo conveniente. Llamé entonces al jefe de maquinaria para interrogarlo. Tras la breve descripción, nada de ello se apegaba al hombre regordete con quien tuve aquella conversación. Pero tenía que interrogar a estas personas tras un desaparecido en cuestión.

-¡Bien que quiere ahora, no tengo todo su maldito tiempo!

-No le quitaré mucho señor Matheu.

-¡Mathieu! ¡Se pronuncia Mathieu! ¡Maldita sea, por eso no encuentra a nadie!

-Mathieu, señor. No se exalte. Necesito saber sobre el señor Sebastian.

-“Moustache”. Siempre se desaparece en momentos importantes. No sé qué demonios le sucede que hay días o viajes en los que nunca lo encuentro. Es un holgazán. En una ocasión lo encontré en la proa disfrutando del sol y casi lo arrojo del barco. Si no fuera porque él nos ha salvado el pellejo en muchas ocasiones en los que la máquina eleva demasiado la presión, pues… lo hubiera arrojado al mar.

-¿Alguna cosa extraña que haya sucedido en los momentos en los que el señor Sebastian desaparecía en los viajes realizado con él?

-No que yo sepa. Bueno, usted sabe que han sucedido muchas cosas desde el Titanic. Nos han dicho que hay fantasmas en estos mares. No lo creo. Pero existe la probabilidad. Trato de mantener a mis hombres juntos, usted sabe, somos los primeros en parecer sospechos y creo para usted eso es lo que somos.

-Creame señor, que tuve que descender a este sitio por…

Calle un momento. No podía darle motivos al hombre para investigar más allá. Los cabos de esta investigación seguían sueltos. No había visto al tal “moustache”. El hombre regordete seguía siendo un misterio. Más, el cadáver de la habitación. Nada encajaba. Teníamos días para resolver esto. Sin quitarle más tiempo al señor Mathieu decidí despedirme y cortar la comunicación, ya que él seguía hablando de cuestiones sin importancia y de sus largos viajes en el mar, desde que los barcos exisitieron.

-… Señor Mathieu. Gracias por su tiempo, continuaré investigando.

-¿Hay algún problema con “moustache”? Podría buscarlo y hacerlo hablar si…

-Solo si lo ve, avíseme. Gracias en verdad…

-Oiga. Nunca me dijo por que vino aquí.

-Curiosidad. Las máquinas ahora nos controlan, ¿no cree?

-Sí. ¡Malditos fierros!

Y continuando sus maldiciones, descendió al caluroso cuarto de máquinas.

Volví nuevamente a los pasillos del barco, preguntándome qué sucedería. Como si fuese una historia de horror, en el mismo punto, los oficiales y yo nos encontramos. Dos oficiales con la lista.

El capitán con la cara firme y dudosa. Y yo con mis pocas notas.

Todos nos dirigimos nuevamente a la habitación.

-Señor Brave, ¿a qué salió?

-Hallé algunos datos en el cuarto de máquinas, pero… nada aun.

-Oficiales, ¿tienen las listas?

-Si capitán, pero… nada, todos los pasajeros se encuentran registrados, inclusive los del cuarto de máquinas. Preguntamos por el hombre regordete y hay algunos que concuerdan con la descripción del señor Brave. Les hemos ido a ver y están durmiendo, algunos se molestaron por tocar a su puerta en pleno sereno. Pero nada.

-Señores, disculpen. En estas listas pueden buscar a Sebastian Larouche.

-¿Sabe algo de él señor Brave?

-Solo quiero intentarlo.

-En efecto, se encuentra registrado señor Brave. Viaje de ida y vuelta.

Miraba nuevamente a nuestro amigo fallecido, pudriéndose a cada momento. Lo extraño era que se encontraba envuelto nuevamente en las sábanas y alfombra. No había salido de su terso encierro, como anteriormente yo le vi.

-Una última cosa. Necesito ver el cadáver. Registren rostro y brazo derecho.

El capitán consintió ante esta situación y sus hombres obedecieron.

Hallamos tajantemente, a un hombre cortado de todas partes, pero sin las señales dictadas por el joven del cuarto de máquinas.

Estábamos como al principio. Totalmente extraviados.

-Será mejor que le digamos al capitán del barco. Debemos prevenir a todos. No quiero más problemas y más asesinatos en este barco. Registraremos cada rincón una vez llegados al final del viaje.

Otra vez todos alrededor del cuerpo. Sin respuestas, ni salida. Solo preguntas en cada uno. Salí un momento para ir al sanitario; también para rondar el pasillo en busca de algo que nos apoyara en la investigación.

Podía pensar también, que el cuerpo aquel había tenido cierto tiempo de vida, pocas fuerzas, para arrastrarse hasta arriba y que lo halláramos. Aunque eso era el peor pensamiento de todos. Hasta el día de hoy, me arrepiento de pensar así.

Al entrar al sanitario, me encontré a un lado con el hombre regordete. Pude haber gritado, pero guardé completamente la calma, siendo que él habló primero.

-Señor Brave. Lo he escuchado todo. Soy su principal sospechoso sobre lo que está ocurriendo en el barco. Pero voy a decirle que ningún tripulante es culpable de su hallazgo. Busco, lo mismo que usted, respuestas.

Fue quitándose los pesados abrigos que llevaba para hacer su forma física. La mano derecha, totalmente falsa, ya que por dentro de los pesados ropajes, sostenía su arma. Se quitó también la máscara que llevaba y dejó asomarse un bigote pronunciado y oscuro.

Se quedó con una playera de mangas cortas blanca y el característico tatuaje que tanto busqué.

-¿Usted? ¿Es usted?

-Soy Sebastian Larouche. No soy un intendente de maquinarias. Las conozco. Pero soy un oficial encubierto. Ustedes se han llevado algo que me pertenece. Si me permite, debo cerrar la puerta del sanitario o, tal vez, vayamos a otro sitio donde podamos hablar usted y yo. Le busqué porque necesito respuestas, así como usted, que busca ahora en un viaje a un reconocido personaje. Debo contarle la historia para que usted entienda todo lo sucedido. No necesito de la policía local, porque no entenderían nada de lo que estoy a punto de contarle.

No sabía que decir. Tampoco sabía que iba a decirme, pero preferí que entabláramos la conversación en otra parte que no fuese el sanitario. Salimos de ahí. Abandonó sus ropajes en el suelo del sanitario, tal vez ya no necesitaría ocultarse. Salimos rumbo al pasillo y mientras eso ocurría comenzó con su historia…


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