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"El redactor de la muerte", Capítulo I.


“La muerte nos conoce desde antes de la concepción y sabe cuándo iremos con ella. Nuestra historia, ¿la escribimos nosotros? “.

CAPITULO I.

“Previo al viaje hacia el viejo continente…”

En realidad, no ha sido fácil comenzar con la historia que, ahora tienen en sus manos. Ha sido complicado, empezando por los medios, hacérselas llegar y; sobre todo, relatarla de una forma creíble. Lo que están a punto de leer, puede inclusive sonar extraño, pero; al final de la misma, cada uno tendrá que otorgarle credibilidad o no, al relato. Cada uno, sin duda alguna, podrá formarse un criterio; sobre todo, cuestionar o no, la veracidad de las acciones dentro del mismo. Antes que nada, me presentó. Mi nombre es, o solía ser, Ezequiel Brave; hijo de una prominente familia inglesa, la cual, tras años de riquezas, tuvo que huir a Irlanda, después, buscar en América algún sueño a finales de los años 1800, cuando los barcos ofrecían las oportunidades de viajes. Así llegué al mundo, tras 9 meses del descenso de uno de aquellos barcos cargueros con cientos de personas en busca de conseguir sus metas. Mis padres en cambio, buscaron mi sueño; la tierra prometida para ellos, ya no existía. Buscaron en mí, un refugio para cumplir todos y cada uno de sus sueños, sin importar el costo o el arduo trabajo. Mi padre solía trabajar en el muelle; cuando un barco llegaba, él era el encargado de llevar las pesadas cargas que contuvieran esos enormes monstruos de metal; mientras que mi madre, tenía que realizar el aseo a enormes casas. América no era su tierra de los sueños. Como reitero, era la mía. Fui a uno de los más prestigiados colegios al avanzar mi edad; para con esto, convertirme en un abogado. Pero mi mayor pasión era, descubrir la verdad detrás de mis clientes. Déjenme decirles que me afectaron mucho las historias del gran Sherlock Holmes, más que todo lo que las leyes humanas podían proveer para mi mente y fue así; al final del día, si me convertí en un defensor de las personas; no sin antes, descubrir cada detalle para poder apoyarlas en su fin. Al terminar mis estudios y recibirme como un iletrado de la legalidad, mi padre sufrió una tremenda enfermedad y falleció. Los partes médicos decían que fue, en parte, el contacto con gente de aquellos barcos; muchos de ellos, enfermos de quien sabe qué cosas. Mi madre, en su soledad, no tardó en acompañarlo en la otra vida. Cabe señalar que, ante los estudios y mi nuevo pasatiempo, el estar en casa no era una opción. Resentí por algún tiempo la falta de mis mentores, pero debo agradecer que su arduo esfuerzo se viera recompensando, no solo por los bienes que heredé, sino por acrecentar cada uno de ellos. Generé reputación a base de un pequeño despacho. Gracias a mí, la policía local obtuvo datos de criminales y personas desaparecidas, así como de horribles asesinatos y los causantes de aquellos males. Pero, basta de hablar de mí de momento, ya que, como han leído, todo este capítulo se centra en la vida antes de realizar un viaje a mi tierra; digamos, natal… Bueno, la tierra de mis antepasados. No es de extrañar que, el último fruto del árbol genealógico busque viajar a sus raíces y conocer de dónde provino. La vida me proveyó de todo, mis padres abandonaron sus sueños por mí y era hora de compensarlos por todo. La vida, me dio también amor. En uno de mis muchos casos, conocí a una joven que rescatamos de un acuartelamiento por parte de un hombre; cuyos fines, eran de hacer un cabaret con jóvenes que mandaba traer de otros países. Al rescatarlas, ella fue la primera en salir de su encierro. El sol, dio en su blanca y a la vez, amarillenta piel. Sus ojos, entreabiertos por su naturaleza oriental, cabello negro. No veía en ella suciedad, aunque en realidad, su física condición la dibujaba. Fue hasta mis brazos y sollozando me agradeció, junto con algunos oficiales detrás de mí. Quedamos en devolverlas a sus países de origen tras firmar algunos documentos de liberación, pero ella, no tenía a donde ir; así que, decidí hacerme cargo de ella. Esa tarde, salimos a comer a un sitio poco especial, pero al final, todo fue surgiendo lentamente. Nunca forzamos nuestra relación, ya que, si en algún momento algún familiar la reconocía y buscaba su deportación, ella tendría que partir sin más. Su nombre lo olvidó en algún momento de su triste historia, así que decidí ponerle Ming, como la dinastía, su historia y belleza. Nos enamoramos al final de una tarde, cuando al volver de un caso, la hallé aguardándome en la mesa, con algunos alimentos y una botella de vino. La pregunta la hizo sin más: -¿Qué somos? La pregunta me cayó de peso, ya que, en realidad, ni siquiera dormíamos juntos. Sólo cuidaba de ella y eso era todo. -Pues, soy quien cuida de ti, al no tener a nadie más. Tú eres una persona que cuida de mí, desde hace algunos meses pues, soy un desastre en la cocina. No eres mi esclava, ni tampoco mí… -¿Esposa? ¿Quieres que sea tu esposa? Me toqué la nuca en señal de extrañeza, raspándola, como si con ello pudiera encontrar la respuesta a lo preguntado. También, era un símbolo de miedo y nerviosismo en mi persona. -No lo sé. Nunca he estado preparado para un compromiso. Solamente pedí cuidar de ti. Eres alguien importante, linda y… este es un país en donde se aprovechan de la debilidad de los extranjeros. Recordé a mis padres, quienes nunca tuvieron la oportunidad de oro. Se mataron trabajando. Literalmente… -Quisiera dar ese paso contigo. Somos mujer y hombre. Y cuando una mujer y un hombre se conocen después de algún tiempo y funcionan, llegan a tener algo más. Una relación sentimental. Comienzan a sentir amor el uno por el otro. Yo, he comenzado a sentirlo. Has hecho por mi muchas cosas, me has dado un techo, dinero y, en cierta forma, comida. Y yo, me he sentido en ocasiones, con ganas de compensarte por todo eso. Lo hago cuando te preparo una cena y reímos juntos. Pero en realidad, me siento incomoda por no cumplir mi papel de mujer contigo. En ese momento, todo lo que una vez pensé de ella, desapareció por completo. La miré nuevamente y, esta vez, más allá de una sobreprotectora forma. La miré con amor. Fui hacía ella y tomé su mano. Ella no la retiró en ningún momento, más bien, la tomó fuertemente y la acercó hacia sus pechos, bajándola hacia su pelvis y más allá. -Seamos algo más. Demos ese paso. Protégeme. Yo estaré contigo siempre. No necesito decirles que ocurrió toda la noche ni los días siguientes. Nos casamos unas semanas después. No viajamos debido al trabajo, pero prometí que viajaríamos en algún punto de nuestras vidas. Iríamos a conocer su país, o tal vez el mío. El caso es que, si, la vida me había dado muchas sorpresas. Pero nunca planeamos un viaje por separado, como el que ocurrió un año después de que nos casamos. Era una noche lluviosa de Agosto, como ninguna otra. Mi reputación estaba al tope. Gente de otros continentes comenzó a saber de mí y del trabajo en los medios impresos y a que, gracias a los viajes ahora organizados en el nuevo siglo, era más fácil la comunicación. Los códigos en Morse y las grandes imprentas, las máquinas de escribir y las cartas; todo era tan sencillo. Con cada paso simple, siempre había consecuencias. Se avecinaba una guerra y mucha gente, preocupada por ello, comenzó a migrar a sitios neutrales de América o, hacia el viejo continente en lugares poco poblados. Los que nos quedamos en América, continuamos el sueño, temerosos de lo que sucedería con la guerra. A Ming, le pedía siempre, que cuando viera algún conflicto, volviera a casa y se encerrara. Yo, intentaría estar bien al final del día y volver sano y salvo a casa. Como dije, era una tarde lluviosa del mes de Agosto del año 1913, me parece, si es que no me falla la memoria. Tengo ya muchos años intentando escribir esto y, hasta ahora, he tenido un poco de tiempo para realizarlo. Pero no tengo tanto tiempo, debo volver al trabajo. Obligadamente debo volver… Esa tarde, al volver del trabajo, Ming, algo alarmada, se encontraba en el sofá. Sostenía una carta que ya había abierto y leído. Con algo de suspiros y lágrimas en los ojos me dijo: -Es trabajo. Debes ir porque es muy importante. No puedo acompañarte ya que solo hay un boleto. Pero ve, yo estaré bien y te esperaré. Trabajaré y juntaré algo de dinero para alcanzarte si es que no vuelves en algunos meses… -Querida mía, te estás adelantando a todo. Déjame leer la carta y yo decidiré si voy o no a esta encomienda. Antes que el trabajo, estás tú. Nunca le reproché informarse sobre mi trabajo o lo que realizaba al salir de casa, estaba en todo el derecho de saber mis movimientos. Era mi esposa, mi pareja y mi amiga. Ambos nos cuidábamos. Tomé la carta de su temblorosa mano y al verla, hallé dentro un boleto con destino a Londres. Pero no solo eso. La carta decía que el trabajo era en la región de Polonia. La carta, aun la conservo entre mis pertenencias. Denme solo algunos momentos, horas o días y, voy a transcribirla para que date sobre el trabajo a realizar. Por ahora, temo que debo dejar de redactar este relato y volver al trabajo. Me necesitan y lo que realizo actualmente es de suma importancia.


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